Viaje al «Imperio del sol naciente», 02

05-02-2012.

Nunca pensé que celebraría en el Japón los 25550 giros que este cuerpecillo mío, insistentemente asentado sobre la Tierra, acababa de darle al sol. La responsable ‑si así se puede calificar a la organizadora de la operación‑ fue mi cantora lírica e hija Anouschka. Un día de principios de otoño de 2011 me llamó desde París para decirme que no podía asistir a la celebración de mi cumpleaños ‑día de santa Catalina‑, porque en esa semana de noviembre ella estaría interpretando el papel de Aminta ‑del Don Giovanni de Mozart‑ en el Trader Center de Tokio.

—He pensado, papá, que seas tú quien vengas aquí con mamá y así lo podremos celebrar juntos.

—Pero niña —le contesté gozosamente sorprendido—, esas cosas hay que pensarlas y prepararlas con tiempo…, que Japón no está ahí detrás de la esquina…, que conviene antes informarse…

—No hay nada que pensar, papá, porque ya está todo pensado. Sólo tienes que ir practicando el comer con los palillos, preparar tranquilamente el equipaje y aprenderte unas frases en japonés, porque el resto ya está calculado y organizado.

La respuesta resolutiva y tajante de mi hija me recordó inmediamente el talante que demuestra su madre, cuando se trata de viajar.

—Pero tendré, por lo menos, que saber el precio del viaje; porque Japón —le repetí— no está ahí al lado. Habrá que informarse sobre qué lugares vamos a visitar, cuánto tiempo va a durar la estancia, el precio de los hoteles…; tendremos que establecer un presupuesto global y, sobre todo, sobre todo, saber si mamá está de acuerdo; porque, como puedes comprender —añadí con cierto retintín—, aquí no se hace nada si el consentimiento de madame Angèle.

—Cuando te digo, papá, que todo está resuelto, es porque la primera en saberlo y en estar de acuerdo ha sido mamá. ¡No te puedes imaginar con cuánta alegría acogió la noticia del viaje!

—Sí que me lo imagino, hija, sí que me lo imagino: cuando se trata de volar, a mamá nunca le faltan ni alas ni plumas… Ya me extrañaba a mí —sonreí irónicamente— que ella no estuviera enredada en el asunto, cuando me has dicho que todo estaba pensado y organizado. ¿Y se puede saber, al menos, cuánto tiempo hace que el tema está resuelto? ¿Se puede saber cuánto tiempo vamos a estar fuera… si ya están sacados los billetes de avión y los hoteles reservados… a cuánto asciende el coste total…?

—De todo eso —cortó Anouschka— no te puedo decir ni una palabra. Porque ése es el regalo sorpresa. Y si es un regalo sorpresa, pues lógicamente no se cuenta nada… Sólo te puedo decir dos cosas: una, que a ti no te va a costar ni un franco, porque te lo pagamos nosotros, es decir, tus tres hijos y mamá; y segundo, que mamá y tú tomáis el avión en Zúrich el 20 de noviembre y que la vuelta es el 4 de diciembre. Mamá tiene ya los billetes; dile que te los enseñe.

Con el teléfono en la oreja y zarandeando la cabeza, yo me paseaba por el salón y miraba de vez en cuando a madame Angèle con gesto de sorpresa y de simulada irritación. Ella, naturalmente, me observaba con semblante jubiloso, porque sabía que, a partir de ese momento, podía poner en marcha, abiertamente y sin tapujos, todos los dispositivos necesarios para la organización y el remate del viaje: cambiar francos suizos en yens; solicitar a Swissair un asiento al lado de la ventanilla y próximo a los aseos; así como solicitar, en Ginebra, el Japan-Rail que nos permitiría viajar en tren por todo el Japón sin que fuera preciso adquirir cada vez los billetes; seleccionar la vestimenta y el calzado ‑el suyo y el mío‑ que íbamos a necesitar en función de la temperatura, los lugares que visitáramos, las fiestas, invitaciones y manifestaciones a las que íbamos asistir; añadir los medicamentos, tanto los inexcusables como los presentidos; adquirir regalos por si acaso…; y, en fin, elegir las maletas apropiadas para transportar todos los efectos que ella ya había, escrupulosamente, anotado en un papel.

Siempre lo dije y aún no me he equivocado: viajar con madame Angèle no sólo es hacerlo con la garantía de que nada se habrá olvidado en casa, sino también, con la seguridad de que todo transcurrirá sin el mínimo trastorno. ¿Se puede pedir algo más? Pues sí, yo pedía un poquito más: que se me dijera qué íbamos a visitar, cuándo y cómo. Por pertenecer, creo yo, a esa parte del género humano a la que no le gustan las sorpresas ni los sobresaltos, soy más bien de aquellos que desean estar prevenidos, informados, instruidos punto por punto con respecto a aquello que han previsto y planeado visitar, en qué día y durante cuánto tiempo, etc. ¿La razón? Pues, sencillamente, porque considero que desde el momento en que se me anuncia un evento atractivo, empiezo ya a imaginar, disfrutar y a regocijarme acerca de lo que me espera. ¡Cuánto tiempo de gozoso vivir me proporciona el saber, que se anticipa a la sorpresa de la realidad! Y yo quería deleitarme concibiendo ya algo que solo se realizaría unos meses después…

Pero no hubo nada que hacer. Mudas como piedra de granito, ni la madre ni la hija ‑ni tampoco mis dos hijos, a quienes el trabajo impedía acompañarnos‑ soltaron ni una sola migaja para que yo pudiera saborear anticipadamente algo del enigmático Imperio del sol naciente. Propuse adquirir una Guía de viaje, pero me dijo madame Angèle que ya estaba hecho y a su sola disposición. Me quise comprar un pequeño diccionario de frases que puedan ser útiles en determinadas cincunstancias(1), pero madame Angèle ya se lo había procurado.

Sólo me quedó abierta de par en par la puerta de internet y por ella entré, caminando por sus informaciones con pies de plomo. Y, evidentemente, con exclusión de las “Cuestiones generales”, muy poco de lo que iba a ver, contemplar y saborear me pudo proporcionar Wikipedia. Madame Angèle resplandecía de felicidad y remataba los últimos preparativos.

—Ah, que no se te olvide recargar tu Nokia —me advirtió dos días antes de salir—. Yo ya lo he hecho con mi móvil. Los necesitaremos. Suisse.com me asegura que no habrá ningún problema de conexión en el Japón.

Con vertiginosa lentitud se fue acercando el día y la hora del vuelo.

***

NOTA (1).- El buen amigo y genio safista en cuestiones informáticas, Pepe Aranda, enterado del viaje, me proporcionó un vídeo llamado “Aprenda Japonés en veinte lecciones”, cuyo manejo no me resultó muy cómodo. Algo aprendí, que rápidamente olvidé…

antonio.larapozuelo@unil.ch

Deja una respuesta