Las tabernas han sido aulas abiertas

13-12-2010.
Editado el 12-12-2010, en el ABC de Sevilla.

 

Profesor de Literatura, nacido en Sevilla en 1942, como escritor ha compaginado la poesía, la narrativa y el ensayo y, recientemente ‑uno de los escritores más premiados‑, ha ganado el Gabriel Sijé de Novela Corta y el Miguel Hernández de Poesía; y acaba de publicar la novela negra Cómo matar a un poeta (EDAF).
Alfredo Valenzuela.

 

Díaz Japón
—Así que la universidad es un buen escenario para una novela negra…
—Un ámbito tan endogámico es propicio para ser materia novelesca. Ambiciones y celos profesionales son un buen caldo de cultivo.
—¿Quién puede querer matar a un poeta?
—Los poetas no son seres arcangélicos. La ruindad está en el corazón de cualquier hombre y el poeta no es ajeno a ella. Matar a un poeta tiene el morbo de retorcer el cuello al cisne.
—¿Y los poetas serían capaces de matarse entre ellos?
—Hace poco hemos asistido a una virulenta guerra de egos e ideologías entre dos reputados profesores‑poetas de la Universidad de Granada, que saltó a la prensa nacional y acabó en los tribunales. A punto estuvieron de llegar los “versos” al Darro.
—Y, hace unos años, los de la experiencia y los de la diferencia casi llegan a las manos.
—De cara al lector, pudo parecer una trifulca de “papel”, una reyerta de pandilleros literarios. En el fondo, era una guerra por el poder entre los asentados en poltronas, que no estaban dispuestos a soltar las ubres de las prebendas, y los que reclamaban su derecho a compartirlas. Hubo navajazos traicioneros, venganzas, maledicencias y bajezas.
—¿Cómo vivió aquel enfrentamiento?
—Siempre como la diferencia, cuando significaba una llamada de atención que reivindicaba la pluralidad de la creación poética frente al pensamiento único de quienes se autoproclamaban pontífices e imponían canónicamente una estética unitaria, y todo aquel que no la siguiera era un desheredado de la poesía. Yo me quedé en la teoría y no entré en el cuerpo a cuerpo barriobajero.
—Ganó el Miguel Hernández. ¿Qué le gusta de ese poeta?
—Su compromiso ético, su defensa de la amistad y los valores del hombre ante la muerte; y la fuerza de su lenguaje.
—¿Qué le parece que conmemoren a Miguel Hernández como «Poeta comunista»?
—Etiquetar políticamente a los poetas o apropiarse partidistamente de su obra no deja de ser sino muestra de la indigencia que, en general, muestran los políticos.
—Los profesores no salen bien parados en su novela. ¿Tan mal concepto tiene de su propio gremio?
—He dedicado cuarenta años a la enseñanza y he conocido profesores heroicos, zascandiles o escurridizos; a gente de mucha altura intelectual y académica mal tratada y peor utilizada por la Administración; y a docentes empeñados en dignificar al máximo su labor contra viento y marea.
—Como están las cosas, ¿lo mejor para un profesor es jubilarse?
—Lo mejor sería que la Administración le devolviera el respeto social que siempre tuvo, que ampare su tarea, y que la sociedad entienda que sin una enseñanza dignificada el futuro estará en entredicho.
—Y para usted, que es profesor y escritor, ¿cuál de las dos dedicaciones es más grata?
—Aún me escribo, hablo por teléfono o me veo con muchos de mis primeros alumnos, de los que recuerdo sus nombres. Y a los que tengo un enorme cariño. Viví otros tiempos, pero incluso en los últimos años de docencia tuve momentos muy gratificantes. Escribir es otra cosa, es relacionarte contigo mismo y tus fantasmas.
—El escritor de su novela confiesa que no lee, porque le aburren los libros que no ha escrito. ¿Hay escritores así?
—Algunos, y son muy buenos escritores.
—¿Es muy grave que un escritor cambie las librerías por las tabernas, como hace su protagonista?
—Las tabernas han sido aulas abiertas. El “cliente‑alumno” es un libro que está pidiendo a voces que lo lean. Y los taberneros siempre han sabido escuchar. Hoy, las tabernas escasean.
—Ha dado conferencias por casi toda Europa y Oriente Medio. ¿De qué se vacuna uno viajando?
—Del provincianismo, el narcisismo y del patriotismo trasnochado.
—¿Qué le ha llevado a situar una de sus últimas novelas en la frontera de México con Estados Unidos?
—Las noticias e imágenes de la guerra de los narcos en México y en la franja de la frontera entre esos dos países.
—Es usted uno de los escritores andaluces con más premios literarios. ¿Para qué le han servido?
—Para recibir críticas de poetas que se creen guardianes de la poesía, pero que luego no tienen reparo en repartirse entre ellos sustanciosos premios literarios institucionales o en formar parte de jurados literarios, por toda la geografía española, que les reportan cómodas ganancias… Y para publicar en Hiperión, DVD, Adonais, Algaida, Pamiela, EDAF, Aguaclara…
—¿Qué tiene Sanlúcar de Barrameda para reunir a tantos escritores?
—Es esencialmente un ámbito mítico y literario, y aún se pueden encontrar recónditas bodeguitas y tabernas.

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