02-08-07.
Desde aquel día cambió su situación. Principalmente con el encargado. El trato se volvió deferente dentro de los límites establecidos, sutilmente complaciente. Pasó a la linotipia, a manejarla como complemento de su actividad. Porque él era cajista y cada día mejor. Si se quería hacer un trabajo sin faltas de ortografía, sin erratas, a él se lo encargaban.
Cambió su vestimenta. Con apuros pudo disponer de una chaqueta, su camisa y su corbata correspondiente. En el taller se ponía un batón.
Estando en la minerva [1], una tipográfica de hierro colado grande y pesada, tirando unos programas de Feria, oyó ruido de gresca familiar en el piso de arriba. No es que fuera una novedad, pero los gritos e insultos eran particularmente recios este día. Un momento de distracción y el dedo corazón de la mano izquierda quedó atrapado en la prensa de la máquina. Un dolor intenso le subió el brazo arriba. Pegó un salto a la vez que, agarrándose la muñeca con la mano derecha, empezaba a gritar. Acudieron presto los del taller y los de arriba. A los gritos de uno se unían los de los demás, preguntando, lamentando o dando órdenes. Entre unos y otros le intentaron contener la hemorragia. Alguien se acordó que cerca estaba la nueva Casa de Socorro. Allí corrieron con él.
Y allí lo curaron.
Pero lo más importante es que allí oyó hablar de la Cruz Roja.
Le contaron que estaban formando la Asamblea Local. Preguntó y le informaron de lo que le interesaba saber. Conoció al oficial jefe, un encargado de almazara, bueno en intenciones pero claramente limitado en su cultura y conocimientos. Este lo animó a enrolarse.
—De todas formas —le dijo—, se debía contar con el beneplácito del Marqués de la Grisaña, el Presidente de la Asamblea.
Al oficial de imprenta se le abría otra puerta.
Pensó en la oportunidad que le brindaba la ocasión, conocer a gente poderosa del pueblo, ejercer mando sobre otros sujetos, poder también, en fin, ayudar a los demás sin tener que ser un cura o un chupacirios [2]. Porque la política, al modo que se llevaba, no le interesaba lo más mínimo. ¿Meterse en el partido conservador para romperse los dientes por los caciques y señoritos?, ¡ni hablar! Y porque sus impulsos eran más bien conservadores ¿cómo hacerse de un partido de izquierdas, revolucionarias o no? Ya iba conociendo la dialéctica de los dirigentes más activos y no podía estar de acuerdo con las consignas de la igualdad, reparto de bienes, dictadura proletaria y demás soflamas.
Consecuentemente pensó que la forma efectiva de hacer algo por alguien, por todos, era afiliarse a la Cruz Roja. Pidió los estatutos. Días después lo presentaban al Señor Marqués.
Era un hombre amable, educado, más bien enjuto y de mediano tamaño y edad. Sabía mantener las distancias con esa educación que halaga al que la recibe. Era monárquico semiliberal, derivado del maurismo [3]. Vivía holgadamente de sus fincas y posesiones. Poseía una cultura vasta y refinada. En su biblioteca tenía una colección apreciable de tratados de Arte, que era su especialidad. Preciábase de conocer piedra a piedra los palacios e iglesias de la localidad. Incluso sobre el tema había escrito alguna vez en una revista nacional.
Le agradó el pretendiente.
Vio al hombre idóneo, entre los que ya se habían apuntado, con el que poder organizar verdaderamente la Brigada. La cultura de que hacía gala era más asequible al carácter del Marqués que la zafiedad espontánea del oficial jefe. Se entendieron con pocas palabras. Así entró Ángel Valverde en la Cruz Roja.
Pronto ascendió a suboficial y de suboficial a teniente. Era el alma y motor de la Agrupación. El jefe se limitaba a ratificar lo que aquel le decía o decidía, siempre contando con la aquiescencia del noble. El destacamento marchaba. Y con el mismo marchaba Valverde. Fueron años felices.
Ahora andaba todo trastocado. Y algo lo trastocaría más: la guerra.
Las derrotas y la sangría de hombres llevaron al Gobierno a levas forzosas de elementos en edad militar, reservistas y otros. Aunque hijo de viuda, Ángel Valverde sabía que no se podría librar de ir al frente. Y no era cobarde: lo que le horrorizaba era morir inútilmente por una causa que no compartía. Empezó a moverse. Si tenía que pasar al Ejército Republicano, que fuese al menos en las mejores condiciones. Un poco de mala conciencia le hizo consultar a un militar, jefe de una batería artillera, con el que tenía amistades. La respuesta no pudo ser más convincente.
En una guerra pueden disparar muchos, pero pocos saben hacer lo que tú haces.
Pasó como voluntario a la sección de Propaganda del Frente de Levante.
TE PASARÁS AL OTRO LADO
Autor: Mariano Valcárcel
ÍNDICE
Página
A modo de obertura 02
El rescate 04
El seminarista 12
El impresor 25
El hospital 34
El encuentro 42
La convivencia 50
La ansiedad 62
Lo evidente 75
La unión 97
Las hazañas 108
La traición 126
La huida 137
Las cartas 164
El regreso 170
La penumbra 176
Firmado por el autor:
Mariano Valcárcel González
DNI: 26427962L.
DNI: 26427962L.