Conocer Úbeda, 06b

Se agradece volver de nuevo al patio central del museo… El capitel ya ha cambiado (es una talla de escuadras sin blasón), lo define ella misma: «sin escudo nobiliario; y el fuste con pilar ochavado, con ocho partes».

Reímos todos, con la mención que hace nuestra guía del atractivo que tienen las bolas de la basa de las columnas, puesto que, siempre que se hace cualquier actividad en el patio, la gente tiende a poner los pies en ellas; por lo que: «Aconseja a los diseñadores o constructores de oficinas copiar fielmente este detalle…».

Los techos mudéjares están formados por alfanjes planos, de vigas con gramiles (algunos son originales), con pequeña decoración, que se intuye… Los artesonados de la entrada son más bien renacentistas; y, según Rafael Vañó, procedían del coro bajo de Santo Domingo; otros dicen que de la Casa de las Torres… No se sabe bien su procedencia: a lo mejor es que no interesa que se sepa…

 

Explica abajo (someramente) la planta alta, pues va a hacer más calor allá arriba. Recuerda la imposibilidad de tapar el patio, para que no se forme el efecto invernadero. Y da más detalles: arriba están las maderas originales de la casa; hay toldo (que se echa o desecha) para el confort de las piezas arqueológicas y las personas, pues es una manera de tamizar el sol… También enumera otros elementos museológicos que deben tenerse en cuenta, pues son normativas de obligado cumplimiento: techo de plástico, fuertes luces amarillentas, horrorosa canaleta, extintores…

Vuelve a insistir en la necesidad de ampliar el museo mediante la casa contigua (n.º 8) para diferentes usos: servicios, recepción de piezas (para su clasificación, estudio y trabajo); aunque no para tener más salas de exposiciones…

Advierte: «Si hay mucha gente, no se puede visitar bien ciertas salas, porque son pequeñas y hace falta espacio para expansionarse…; cuando hay exposiciones temporales, no tienen espacio y por ello usan talleres colgantes (para no impedir, mientras tanto, las visitas normales)».

Y nos explica más cosas: que es preciso hacer los talleres sin que se estropeen lo que hay en el museo; y esto es una vital experiencia… de la problemática del espacio físico que los constriñe a la hora de funcionar, pues unas cosas se pueden controlar y otras no. Si un museo está abierto a la sociedad, todo es importante y no hay posibilidad de fracaso; por ello, ella es optimista y cree que se debe tener este espacio museístico, para que las visitas al museo siempre empiecen por la derecha y se recorra en ese sentido como ocurre en cualquier museo occidental que se precie.

Por su larga experiencia, refiere las distintas tipologías de visitantes de este museo (y otros, en general). Está el que viene a ver la casa, simplemente; el que llega para ver las salas con sus cartelas o vitrinas, de una manera sencilla y didáctica (al ser arqueológico, es más difícil su visita y entendimiento que si fuese pictórico…); y el que llega para hacerlo de una manera más concienzuda… «El museo arqueológico es muy duro…»; y quiere hacernos reflexionar, puesto que puede haber determinadas piezas de un periodo histórico (o colección), pero no de todo completo (o sea, que no hay piezas de todo, lo que condiciona el árido tema y lo que se va a exponer).

Y nos va detallando sus cuitas profesionales en voz alta: se deben tener seguros para todo; en la vitrina se mete el polvo (sin que sea el habitáculo ideal para las piezas museísticas); que las vitrinas estaban apalabradas antes de que ella viniese al museo, por lo que la directora sólo puede elegir color y repisas…; únicamente pueden usarse de forma temática, pero no cronológicamente; se ha de ofrecer una explicación concisa o crítica, escrita dentro de la vitrina, y con carteles grandes fuera; el tema de las dos administraciones… El público pregunta la procedencia de algunas piezas, quedando enterado: diferentes lugares de Úbeda, Marroquíes altos, cultura argárica…

Antes de comenzar la explicación de las piezas expuestas en el patio, detalla las carencias del museo: falta cubrir plaza de conservadora y personal técnico, pues el cuidado de las piezas no es obligación del personal no técnico; por eso, no se abre los lunes, puesto que ese día sirve para trabajar y atender a tantas cosas…

Comienza por la portada mudéjar que procede de la plaza de Carvajal, con elementos judíos; hay discusión al respecto… Da una explicación técnica de algunos de sus detalles: espirales, flor de lis, templo del rey Salomón, estrella de David… Comenta que José Ángel Almagro Alises tiene un artículo al respecto, aunque otros lo discuten… Su belleza artística es indiscutible…; pero tiene un gran problema: que se colocó inserta en la pared (con yeso…), y el coste de sacarla de aquí es desorbitado. La quisieron exponer en Murcia, pero no aceptaron sufragar el coste del arreglo… No obstante, también hay discusión en si es puerta o ventana…

En este museo no hay restauradores, por ello los trabajos siempre se hacen con empresa externa que necesita hacer la restauración dentro del museo, lo que vale un dineral… El panorama se presenta peor si se quiere sacar fuera cualquier pieza del museo: hay que hacer un seguro, clavo a clavo, y vale mucha pasta; por eso, María del Mar se echa a temblar por el papeleo que se necesita: el seguro ha de hacer la valoración pieza por pieza, luego pagar el seguro y a la empresa…

Nos acercamos al ataúd romano y dice que necesita una conservación preventiva, o sea, que no se debe descuajaringar más… Explica cómo se recepcionan las piezas que ingresan en el museo tras la correspondiente excavación, inspección policial…: haciendo una ficha de cada pieza. En 1973, únicamente se sabía que el ataúd era de plomo… Por eso, la investigación es tan importante y necesaria… («En el Museo de Córdoba hay una colección de ataúdes romanos donde se investigan sus datos; es un buen ejemplo que seguir; claro que tiene mucho más personal técnico que el nuestro»).

La explicación que ella siempre da a los niños es sistemática… Actualmente, asegura, hay catenarias (que antes no había): son bastones o bolardos con cuerdas que ejercen de elemento disuasorio (pues la gente tiende a ver al muerto). Sirven para preservar las piezas del museo del ineducado visitante… También se ha arreglado la puerta de acceso al patio, como la fuente (que no es antigua), y se ha colocado una pila de lavar, pues era una casa de vecinos antiguamente…

Después va dando una exhaustiva explicación de los trozos de capiteles expuestos; así como de las estelas funerarias del patio. «Los romanos ‑dice nuestra amable guía‑ me tiran mucho y creo que me estoy enrollando demasiado…». Explica todo tan concienzudamente que trasluce su amor por su profesión, que tanto le atrae y provoca…

Su parlamento es sencillo e interesante. Refiere el culto báquico (Baco) y a Dionisos (mediante un fauno o sileno); la esvástica, que por entonces no existe como símbolo nazi, sino que representaba el sol y el laberinto…

 

Habla de doña Paca (que está en la segunda planta) y nos dice que fue José Luis Latorre Bonachera, anterior director del museo, quien le puso ese cordial nombre; es muy conocida por los niños que han hecho aquí muchos talleres… Y, como no puede faltar la explicación de las estelas funerarias, nos cuenta que las que aquí se exponen se han encontrado en Úbeda la Vieja (en el lugar llamado Salaria, pues había unas salinas: de ahí su nombre…); es la Salaria romana, un yacimiento ibérico‑romano…

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