Este verano del trece, que nos anunciaron sapientísimos meteorólogos como que sería atípico y más frío que anteriores años (con la constatable certeza de su equivocación), no lo podemos dejar de inventariar en nuestra crónica.
Me refiero inicialmente a lo que viene siendo tipo común desde años anteriores, que es la irresistible querencia de los noticiarios televisivos a comentar la calótan fuerte que se padece en determinados días o semanas.
Sí, el calor, las temperaturas. Las altísimas temperaturas.
Se llama periodísticamente “serpiente de verano”al recurso al que se agarran los medios de comunicación para rellenar sus espacios, sean papel, ondas radiofónicas o televisivas; pues, en verano, habitualmente las noticias que destacar se reducen. Así que tener ese recurso era recurrente, noticias seudoverdaderas, rumorología apenas confirmada, inventos con apariencia, restos de cajón de sastre y colaboraciones de becarios.
Las redacciones se vuelven tarumbas para rellenar sus contenidos. Y ahí surge la habilidad del jefe de redacción, de los editores, para alargar y estirar lo imposible.
Como respuesta a esa carencia, surgió echar mano al socorrido comentario del tiempo, pero con mucha más intensidad en el medio televisivo. Que es empezar a hacer cierto calor y ya tienes al equipo correspondiente, o al corresponsal de zona, con la cámara grabando a gentes metiendo los pies en las fuentes, comiendo algún helado, en las terrazas de microclimavaporoso (que a la postre sofoca más, porque aumenta la humedad ambiental que acelera la sensación de agobio) y al locutor o locutora en medio de una plaza, ¡a las tres de la tarde!, diciéndonos el calor que se padece; que es que ya hay que tener fe y sacrificio para ponerse ahí a esa hora, diciendo lo obvio por exigencias del guión.
Y así, un día y otro, en todas las emisoras.
Así que la serpiente de verano queda reducida a restregarnos el notición del calor alto que nos cae encima, cosa que se ve muy original y novedosa; que deberíamos, me supongo, agradecerles por aquello del mal de muchos consuelo de tontos.
Yo me esperaba este verano que, dadas las mareas que nos van bamboleando (que no nos dejan estables ni asentados cómodamente, porque se empeñan en removernos el sillón a todas horas), esto del recurso al calor se amenguara; mas no, que aumenta. Y es que, claro, ahora se necesitan cortinas de humo para contrarrestar lo que de verdad nos interesa, que también es verdad que ya nos harta un mogollón. Pero han apañado otro recurso, también muy en la añeja tradición del baúl de los recuerdos.
Bajábamos nuestra larga cuesta, hacia la salida del colegio, dos filas de mequetrefes a cada lado de la vía, larga serpiente azul (por los mandiles escolares que llevábamos), cantando a voz en grito las patrióticas canciones que se estilaban en los magníficos años de la Victoria y entre tan variados temas (¡Franco, Franco!) sobresalía aquello de “¡Ya tocan a rebato por el Peñón de Gibraltar…!”, que cambiábamos sabiamente por “¡Ya tocan a rebato por el pescuezo de mi gato!”, lo que no era muy conforme con el espíritu de la copla. Canciones patrioteras, mentiras cantadas, querer y no serlo nunca, que era el estilo de la época para mantener la bambalina del régimen. Y la mención reiterada de La Roca, como signo de irredentismo. Y ahí estaba, verano tras verano, al sol de Andalucía, dando sombra a una Línea de la Concepción deprimida endémicamente y agarrada a las ubres del contrabando y el chalaneo con los llanitos.
Y hete aquí, en pleno siglo veintiuno, en el verano del año trece, que resucita el tema. La Roca parece ahora más grande, más inglesa, más pesada a nuestros ojos.
Es cierto: los gibraltareños no dejan de tocarnos las pelotas. Con esa desvergonzada chulería que les da considerarse súbditos de Isabel II, ellos siguen gozando de todas las ventajas habidas y por haber, de lo suyo y de lo nuestro. Y ahora piensan que una ampliación territorial, comiéndole espacio al mar (que bien podrá ser nuestro), no debe ponernos a mal llevar con ellos… Además de sus magníficos negocietes (el menor es el del tabaco) que se traen a un lado y a otro de la verja honradísimos señores de camisa, corbata y chaqueta (y hasta título), que son el verdadero motor económico de los vecinos del Peñón.
Nuestros queridos gerifaltes han visto como lluvia de mayo esta circunstancia para armarla parda, al menos a nivel fronterizo. Que te mandamos a los civiles a que jodan a todo quisque que entre o salga, empeñándose en levantar alfombrillas de los coches, husmear en los maleteros, haciendo sacar las maletas y ahí retener a los veraneantes, o no, que quieren circular entre estos dos mundos.
Porque muchos españoles aprovechaban sus vacaciones en las costas gaditanas o malagueñas para alargarse un tantico a ver los monos (que por cierto, tienen una mala leche que da miedo), comprar (antes más) cualquier cacharro electrónico, mercarse whisky y tabaco sin impuestos y llenar el depósito del vehículo de combustible, también free. Era como irse a la casa de al lado pero con bobis. Y muchos (bueno, no hay tantos) gibraltareños pasaban a sus segundas casas en la costa española, para estar menos apiñados, con menos sensación de ahogo territorial. Y comerse los espetos, claro.
Los linces de la mercadotecnia política han acogido el producto para no soltarlo, que hay que armar escándalo con ello y hacer olvidar otras cosas peores. Lo malo es que la mayoría ya no picamos el anzuelo.