Antonio Muñoz Molina nació en Úbeda (Jaén), en enero de 1956. Cursó estudios de periodismo en Madrid y se licenció en Historia del Arte por la Universidad de Granada.
Reunió sus artículos periodísticos en los volúmenes El Robinson urbano (1984, editado en 1993), Diario del Nautilus (1985), La huerta del Edén (1996), Las apariencias (1996), Pura alegría (1996) y La vida por delante (2002).
Su primera novela, Beatus ille (1986), supuso su descubrimiento y obtuvo el premio Ícaro. La segunda, El invierno en Lisboa (1987), recibió el premio de la Crítica y el premio Nacional de Literatura, ambos en 1988. La tercera, Beltenebros (1989), inspiró la película del mismo título, dirigida por Pilar Miró. Con El jinete polaco ganó el Premio Planeta en 1991 y nuevamente el premio Nacional de Narrativa en 1992. Después, publicó El dueño del secreto (1994); Plenilunio (llevada al cine, pero ubicando Mágina en Palencia), El invierno en Lisboa, Ventanas de Manhattan o El viento de la Luna (1997). En 2009 publicó La noche de los tiempos, donde recrea el hundimiento de la Segunda República y el inicio de la Guerra Civil. Ha recibido los premios González Ruano de periodismo y el Mariano de Cavia, ambos en 2003. Actualmente, es miembro de la Real Academia Española de la Lengua. En 2013 recibe el premio Príncipe de Asturias de las Letras, que devuelve a continuación.
Paseo por Mágina
Mágina, la ciudad imaginaria en la que Antonio Muñoz Molina sitúa a los personajes de algunas de sus novelas, ha sido objeto principal de la curiosidad de los lectores y de los críticos, con distintos enfoques. Hay quien ve, en la Mágina ambientada durante el franquismo, una muestra de una sociedad todavía con rasgos feudales y residuos de la aristocracia, poniendo como ejemplo el personaje del Conde del Guadalimar, donde estos rasgos conviven con elementos del desarrollismo (Antonio Fernández Buendía) y destacando además la Semana Santa como su principal fiesta, un rito identitario, que curiosamente el novelista critica en artículos de prensa, aunque realza en boca de algunos de sus personajes:
Nos gustaba volver con nuestros hijos pequeños y nos enorgullecía descubrir que se emocionaban con las mismas cosas que nos habían ilusionado en la infancia a nosotros. Querían que llegara la Semana Santa para ponerse sus trajes diminutos de penitentes, sus capuchones infantiles que les dejaban destapada la cara. Apenas nacían, los inscribíamos como hermanos en la misma cofradía a la que nuestros padres nos habían apuntado a nosotros (Sefarad, c. 7).
Pero Mágina es a la vez un recurso de la memoria:
La memoria, envenenada y lúcida, señala desde la distancia las ciudades perdidas y las que nunca llegarán a alcanzarse (Diario del Nautilus).
Úbeda, y al fondo, Sierra Mágina Úbeda, sobre el cerro
Muñoz Molina lo ha dicho y lo ha plasmado en sus novelas, sobre todo cuando vuelve una y otra vez a sus orígenes rurales y provincianos, a esa Úbeda/Mágina que aparece sin cesar en sus textos, o a la Granada funcionarial de su juventud. Es como si el novelista no saliera nunca del asombro que le produce haberse librado de esa huerta familiar y del puesto en el mercado pueblerino que le tenían reservados los suyos, o de la existencia mortecina y gris de un administrativo en una ciudad pequeña, para acabar instalado en la Real Academia Española o paseando por Nueva York. Pero manifiesta: La nostalgia es muy dañina para la literatura. Como en sus anteriores obras ambientadas en Mágina, el autor no se ha valido de ese sentimiento en El viento de la Luna. En todo caso, reconoce que ha basculado entre la nostalgia que produce el paso del tiempo y la memoria, que es lo contrario a la nostalgia.
Pero es evidente que Mágina, ciudad mítica, es una metáfora que encierra en sí otras metáforas, y a la que el autor vuelve para encontrar la corporeidad de sus recuerdos, incluso sonoros:
…distingo el eco de cada uno de los llamadores de la plaza de san Lorenzo, tan exactamente como las voces y las caras de los vecinos, la distinta sonoridad con que las aldabas golpean en cada una de las puertas y hasta la manera peculiar con que llaman los hombres y las mujeres, los parientes o los desconocidos, los mendigos o los lecheros… (El jinete polaco, c. 2).
La ciudad, que reproduce en las fotos del personaje Ramiro Retratista, un personaje mítico que responde a un personaje real, Rafael Rufet. Es más que una descripción de calles:
…en casa de mis padres y en las calles de Mágina siento que habito en el reino de las palabras y que vuelvo a ser habitado por ellas… (El jinete polaco, c. 22), es a veces un espacio íntimo, cerrado, donde al llegar el viajero …encuentra un pasado suyo que ya no sabía que tenía…
Mágina es el mundo de la infancia de Manuel, protagonista de El jinete polaco, al igual que el de Antonio Muñoz Molina, retratada en El viento de la Luna, con su casa pobre y sus campos aledaños; al igual que la de su adolescencia, con sus primeros bares y sus primeras conquistas, pero también es la ciudad del desencanto, del hastío, de la necesidad de la huida, la ciudad que ve deteriorarse:
…lo miro todo y te lo cuento y me gana la rabia, las calles sucias, intransitables por el tráfico, los caminos del campo cegados por el abandono y la basura, frigoríficos viejos y lavadoras y televisores rotos y convertidos en astillas, cristales de botellas, envoltorios desgarrados de plástico, una epidemia de zafiedad y de mugre, de malos modos y de avaricia, tiendas de lujo y jardines devastados, garabatos de spray en las fachadas de casas en ruinas, letreros de tenebrosos videoclubes en callejones desiertos, latas aplastadas de coca‑cola flotando en el agua podrida de la fuente del parque Vandelvira que ya no se ilumina por las noches ni alza más arriba de sus tejados sus chorros amarillos, azules y rojos para asombro y orgullo de las familias de Mágina… (El jinete polaco, c. 23).
Panorámica del valle del Guadalquivir y Sierra Mágina desde los miradores de la muralla. A la izquierda, su barrio natal de San Lorenzo. A la derecha, los jardines de la Cava.