Muñoz Molina, maestro de la pluma, escritor admirado y lejano compañero de colegio, visitó el jueves pasado el Ateneo barcelonés. Venía con una sencilla camisa blanca ‑sin marca‑; un pantalón corriente ‑como de mercadillo‑; la barba descuidada ‑para ahuyentar la vanidad‑; una mirada observadora y un punto de ironía, apenas perceptible, en la sonrisa. Enrique de Hériz, profesor de narrativa de la Escuela de Escritores y novelista acreditado, comentó la obra, el recorrido literario y el último libro de Muñoz Molina: Todo lo que era sólido.
Además de escritor excepcional, Antonio me pareció un hombre honesto, íntegro y sincero. Empezó hablando de su tierra: sus orígenes, su ciudad, su familia, su colegio. Nos dijo que había estudiado en un colegio para niños pobres. Un colegio de jesuitas con grandes edificios, campos de fútbol y dormitorios para internos. A sus seis años, no entendía el significado de la palabra interno. Él decía “linterno”. Cuando aclaró que, para él, un “linterno” era un niño mayor, los asistentes se echaron a reír.