Vicisitudes de la vejez, 7

Nuevamente enhebro mis ideas (que salen mixtas y tamizadas por mis sentimientos y emociones, como la vida misma) para seguir contándote, querido lector y confidente que tanto bien me haces -sin tú saberlo-, mis impresiones, anécdotas, vivencias y recuerdos desde esta residencia de ancianos en la que me encuentro.

Tengo tanto tiempo de elucubrar y pensar, a pesar de que la dirección y los empleados de este centro geriátrico se empeñen -tan amablemente, siempre- en tenernos entretenidos (a los residentes útiles, se entiende) durante todo el día, como si fuésemos párvulos o campistas; aunque -a lo peor- a esta edad en la que me encuentro es que lo soy, al igual que el resto de mis compañeros residentes, aunque ninguno queramos admitir nuestro desvalimiento y desamparo.

Por eso, hoy, me ha venido a la cabeza el acertado proverbio que el propio vulgo, por boca de mi abuela, me enseñó: Un médico, cura; dos, son la locura; y tres, traen la sepultura… Todo ello, a raíz de que he tenido últimamente varios ingresos hospitalarios -y en diferentes hospitales- por lo que he podido comprobar la disparidad de opiniones médicas (a veces, hasta encontradas diametralmente opuestas) por culpa del desacertado diagnóstico de mis enfermedades y falta de salud.

En el primero, me aseguraron que podría remontar mis males, a pesar de mi avanzada edad; en cambio, en el segundo, les dijeron a mis hijos que era mejor que me llevasen de vuelta a casa o a la residencia donde vivo actualmente, para que pudiese tener una muerte digna, pues no había ya nada que hacer conmigo. Y, sin embargo, se equivocaron: todavía ando aquí, luchando para que la vida no se me vaya de un soplo…

 

El otro día me bajaron para plantar árboles en las erillas del jardín, juntamente con mis compañeros de fatigas. Nos pusieron unos mandilones para que no nos manchásemos. Estábamos graciosísimos, por no decir otra cosa; además de echarnos unas fotos, puesto que estamos en una sociedad donde la imagen y el marketing son imprescindibles, siendo mucho más importante parecer y tener que ser o estar. Todo lo que no sale en el periódico, la radio, la televisión, los medios de comunicación o las redes sociales no existe, pues nos han impuesto este alter ego o axioma incuestionable: la imagen adecuada. Como me encontraba sumamente cansada y sin ganas de hacerlo, una vez plantado el primer árbol, me he negado a seguir con el juego. Ya está bien de tratarnos como a críos chicos. Bastantes macetas he plantado en toda mi vida, con lo bien que se me han dado casi siempre; y mira que, de joven, bien que renegaba con mi santa madre por ese tema; pero -pasado el tiempo- llegué a amar, disfrutar y comprender lo que ella tanto quería. Conseguí tener bien distribuidas -en mi amada casa- más de un centenar de gloriosas macetas que mimaba con buena mano para que no le faltasen riego, luz y alimento. Me encantaba regalarlas, trasplantarlas, transportarlas, sacar esquejes para regalar, etc. Y que todo visitante se fuera impresionado del vergel en el que había convertido mi hogar. No como ahora que todo son flores de plástico, muy bien imitadas –ciertamente-, pero dando el pego más soberano, sin la fragancia que dan las naturales y auténticas. ¡Tiempos aquellos en los que me valía por mí misma, y que ya no volverán…!

Y, para finalizar, hoy, estas confidencias me gustaría demostrar el buen talante y el agudo ingenio que gasta el personal residente andaluz de mi residencia, pues a la sala de abajo (en la que nos reúnen o agrupan a todos) para pasar las mañanas o las tardes, viendo la tele o lo que se tercie, le llaman jocosamente “La Moncloa”, por sus sillones pegados a sus paredes y algo más… Así que quedé sorprendida e impresionada la primera vez que me enteré. Y siempre que bajo con mi compañera y amiga de fatigas, Águeda, nos reímos al preguntarnos si cambiarían los políticos actuales ese privilegiado lugar de reunión del gobierno, tan ansiado por ellos, siendo del calibre y/o signo que sean y en el que ansían vivir por muchos años por el nuestro. Supongo que, si los invitásemos, declinarían venirse a “nuestra Moncloa”. ¡No tiene tantos beneficios, ni atractivo económico; ni de poder…!

Sevilla, 10 de noviembre de 2019.

fernandosanchezresa@hotmail.com

Deja una respuesta