Por Mariano Valcárcel González.
Escribo la misma mañana del 10 de noviembre, día de elecciones generales por enésima vez en una mínima fracción de tiempo.
No sé qué es lo que depararán las urnas al final de la jornada; no sé si al final habrá ciertas sorpresas en los resultados, pero me temo; me he venido temiendo todo este tiempo, que el resultado general sea más bien decepcionante por la evidencia de la existencia de dos bloques político-ideológicos antagónicos y enfrentados que queden en equilibrio y no se avengan a “intercambiar cromos”, ni entre los del mismo bloque ni -por supuesto- entre los contrarios.
En el Diario Jaén del jueves 7/11/ 2019 publiqué en mi columna “Gota china” el siguiente texto:
BURRICIE IBÉRICA
Ibérico. El jamón. Y déjese usted de serrano, alpujarreño, ni de Serón ni de nada. Como el ibérico, ninguno. Y no me confunda el culo con las témporas, ni me mezcle churras con merinas, que eso es anatema. La marca es la marca. Y la pureza de sangre tan valorada. Pues teniendo en cuenta tales antecedentes y tales argumentos, ¿por qué deberíamos hablar, no hablar, ni siquiera insinuar los posibles acuerdos y alianzas que podrían sernos necesarios tras la votación del domingo? Las previsiones dicen que nos encontraremos en situación parecida a la de los últimos comicios, o sea y fatalmente, a una relación de fuerzas tal que ninguna por sí puede llegar a mayoría, necesitando –pues- aportaciones de las otras para lograrla. Y si estiman que son jamón del bueno, del mejor, no dignos de mezclarse ni comercializarse junto al corriente, pues que estaremos en las mismas o peor. Esto no pasa en general en esa Europa nostra, que hay gobiernos de coalición de fuerzas conservadoras con progresistas, cuando la ocasión lo requiere y por la mejor gobernanza y democracia de sus países. ¿Aquí no?
Y me temo que por ahí vayan los tiros.
Cuando terminó el reinado del general y se realizaron ciertos cambios deseados por la mayoría de los españoles, se vino en denominar al hecho de ir a las urnas de votar, la “fiesta de la democracia”. Ingenuamente así lo creíamos y concebíamos.
Tras decenios en que votar (cuando escasamente se hacía) era una pantomima; la ciudadanía consideraba que poder hacerlo en libertad, escasa de presiones y manipulaciones burdas, con la alegría que daba el poder ir a las urnas para introducir una o varias papeletas que llevarían los nombres de sujetos pertenecientes a ciertos partidos más o menos afines a lo que uno pensaba (o a los que pertenecía y en los que creía) era en verdad una fiesta y el personal lo consideró así. No había más que ver los rostros de quienes votaban; no me invento nada; esto ya es historia.
Lo que se realiza con cierta cadencia temporal, lo que se concibe como acto normalizado, pero siempre decisivo, extraordinario, mediante el cual se determina la gobernación del país durante una legislatura (cuatro años al menos), siempre es bienvenido y satisfactorio, pues le da al ciudadano la sensación, al menos, de tener cierto protagonismo en los destinos de su país.
Mas lo que se vuelve -además de rutinario- insípido, sin el valor ideológico y pedagógico necesario, porque pierde la trascendencia y la validez; lo que se convierte en mera pantomima (otra vez) o recurso espúreo de los políticos para justificar sus propios fracasos y endilgarle a los demás, los votantes, la responsabilidad de sus errores, eso termina cansando al más paciente y concienciado de los votantes. Eso es un mero deterioro del sistema, degradación del mismo. Y ello es así, se mire por donde se mire, y se disfrace de lo que se disfrace.
Lo que termina siendo rutina se convierte en nadería.
Por ello, es que se ha terminado, al menos en estos tiempos, la “fiesta democrática”. Ya no consideramos festivo el ir a votar; nada ilusionante. Votamos (o votaremos) con la nariz tapada, más por intentar higienizar el sistema que por convicción ni en los resultados ni, desde luego, en la capacidad de los dirigentes políticos o aspirantes a serlo. Sólo los fanatizados, los que viven de las ganancias de cada partido o los que son fieles a los mismos, sin condiciones, irán o están yendo a las urnas en esta jornada otoñal. Y los que esperan todavía que su voto sirva para algo.
A la hora de escribir este texto, no tengo datos ni de la participación ni del transcurso de la jornada; espero que los incidentes sean mínimos, incluyendo los que desde esa Cataluña traumatizada puedan producirse por las acciones de sus degenerados excluyentes (y autoexcluidos).
Y, juro por Toutatis, que si el resultado de esta jornada es, como me temo, decepcionante y bloqueado a la postre, por los mismos que ya lo vinieron haciendo tras anteriores elecciones, que no vuelvo a ejercer mi derecho a voto en bastante tiempo y convocatorias, mientras estén los mismos que ahora se han presentado. Amén.