Día a día estoy notando pequeños cambios en mi cuerpo cual si me estuviese plastificando. Y los entendidos en la materia me dan la razón: todos los días -quien más, quien menos- nos comemos una tarjeta de crédito de plástico -en pequeños trocitos- que van mezclados con nuestra comida o bebida. Si como pescado, el plástico va en su estómago y órganos; si apetezco verdura, como todo viene envuelto en plástico; si meto cualquier alimento en el frigo, el plástico me es imprescindible… Ídem pasa con los embutidos, pan o derivados, carne, etc. No sé adónde llegaré ni si mis órganos vitales se irán trocando en plástico puro o alguna de sus múltiples modalidades. Tampoco sé si mis sentimientos y emociones se apagarán definitivamente o quedarán petrificados. Incluso cuando me muera, hasta es posible que me reutilicen para fabricar nuevos cacharros de plástico que se vendan en cualquier mercadillo o bazar.