Vicisitudes de la vejez, 7

Nuevamente enhebro mis ideas (que salen mixtas y tamizadas por mis sentimientos y emociones, como la vida misma) para seguir contándote, querido lector y confidente que tanto bien me haces -sin tú saberlo-, mis impresiones, anécdotas, vivencias y recuerdos desde esta residencia de ancianos en la que me encuentro.

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Vicisitudes de la vejez, 6

En esta larga vida, que Dios y mis padres me han proporcionado, he tenido tiempo de todo. Tuve una infancia feliz en una familia que tanto me quería (como he comentado en anteriores entregas), siendo la mayor de mis hermanos con la responsabilidad que, por entonces, conllevaba -y conlleva- ese rol. Tenías que ser buena y parecerlo, como la mujer del césar, pues eras el foco y ejemplo de tus hermanos. Todo el que ha sido hermana mayor en cualquier familia sabe de lo que estoy hablando. Eras tú la que había de luchar para abrirte camino, conquistando la propia libertad vigilada por la que ibas marchando cada día; y habías de conseguir unos hitos que, luego, tus hermanos menores, heredarían amablemente y sin complejos, sin ni siquiera plantearse quién los habría conseguido; al igual que les pasa actualmente a las nuevas generaciones que cogen una serie de libertades y derechos por derecho propio, como si les bajasen del cielo directamente, siendo precisamente otras generaciones o personas anteriores quienes bien han luchado para conseguirlos. Es penoso afirmar que no se consigue nada por las buenas; todo ha de ser luchar por tu propia vida y destino con las armas o medios (pacíficos, prefiero yo) que mejor te valgan.

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Vicisitudes de la vejez, 5

Por Fernando Sánchez Resa.

Hay momentos en mi vida, especialmente en esta etapa final en la que me encuentro, que me pregunto por el sentido de ella, no llegando a comprender realmente el porqué estamos los humanos aquí; y yo, menos, incluso siendo católica practicante, pues las dudas e interrogantes de todo tipo me asaltan por doquier.

Y no es que me encuentre en un estado depresivo. Ya dije que no soy propensa a ello; pero, conforme van pasando los años, te vas dando cuenta de lo poco que le importas a nadie, sobre todo si ya te encuentras viuda, aunque a unos menos que a otros; mientras casi todos hacen el paripé o el intento de disimularlo lo mejor o peor posible, tomándote por tonta, cuando no lo eres; aunque muchas veces tenga una que interpretar también ese papel impostado por no liarse a llorar desconsoladamente.

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Vicisitudes de la vejez, 4

Por Fernando Sánchez Resa.

Con la edad que tengo, ya todo me está permitido, entiéndase en lo referente a hablar y expresar mi opinión sobre cualquier tema, sin pelos en la lengua ni subterfugios ni edulcoramientos, para que la verdad brille por sí sola, al menos “mi verdad”, pues como decía aquel filósofo: «Voy siempre buscándola, aunque por el camino vaya ayudándome de la de los demás y pretenda unificarla».

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Vicisitudes de la vejez, 3

 

Por Fernando Sánchez Resa.

Nuevamente me pongo las pilas para irles contando a ustedes cómo transcurre mi vivir cotidiano en esta nueva casa, refugio de la senectud, en la que me encuentro y de la que me gustaría partir pronto en busca del “más allá” cristiano que tanto y tan bien me enseñaron mis padres y maestras, en el colegio al que fui, hace ya tanto años que ya casi ni me acuerdo; aunque tengo que reconocer que algún síntoma depresivo me atenaza, como a la mayoría de mis compañeros y vecinos, sin que yo haya sido nunca propensa a padecer esta enfermedad del siglo XXI que, por desgracia, la población occidental padece tan frecuentemente.

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Vicisitudes de la vejez, 2

Por Fernando Sánchez Resa.

Ya me encuentro instalada en una residencia de ancianos de mi localidad de nacimiento y donde he desarrollado toda mi vida, pues no quería marcharme lejos de ella, quedando desenraizada, perdiendo así la posibilidad de que me visiten (cuando lo estimen oportuno y el tiempo se lo permita) mis escasas amistades y los familiares más cercanos e íntimos que son, a esta edad, los verdaderos acompañantes y sustentadores de mi vida, tanto física como emocional.

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Vicisitudes de la vejez, 1

Por Fernando Sánchez Resa.

Hace tiempo que enviudé y desde entonces es cuando más he sentido esta triste y sonora soledad, aunque he tratado de paliarla de diferentes maneras. Soy de la generación de las que pensábamos (y así actué en consecuencia con mis progenitores) que teníamos la obligación y el deber de cuidar a nuestros padres en su vejez por todo lo que habían hecho por nosotros, dándonos la vida, cuidándonos y educándonos; y de las que creía que cuando llegase a esa etapa final de mi vida serían mis hijos los que harían lo propio y esperado (mejor hijas, aunque suene a machismo actualmente, pues la realidad supera la ficción, por aquello que dice el sabio y experimentado proverbio: “Madre e hija caben en una botija; suegra y nuera no caben en una era”). Pero me equivoqué…

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