Por Fernando Sánchez Resa.
El Archivo de Indias se creó en 1785 por mano del rey Carlos III, con el objetivo de centralizar en un único lugar la documentación referente a la administración de las colonias españolas hasta entonces dispersa en diversos archivos: Simancas, Cádiz y Sevilla. Es el mayor archivo existente sobre la actividad de España en América y Filipinas conteniendo información sobre la historia y la geografía de aquellos territorios. Cuenta con unos 43.000 legajos, con unos 80 millones de páginas y 8.000 mapas y dibujos, que ocupan más de nueve kilómetros lineales. Hay documentos de gran valor histórico: textos autógrafos de Cristóbal Colón, Fernando de Magallanes, Vasco Núñez de Balboa, Hernán Cortés o Francisco Pizarro. En 1987 fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco junto a la Catedral, la Giralda y los Reales Alcázares de Sevilla.
Después, nos dividimos en pequeños grupos de siete u ocho componentes (por el poco espacio que hay en la habitación en donde está una curiosa escalera de piedra en una sola pieza) para recibir las explicaciones y admirar su singularidad, ya que, para poder subir al piso superior, no tiene apoyos extra sino que simplemente está embutida una parte en la pared.
A continuación, penetramos en las amplias, sorprendentes y luminosas galerías que se encuentran repletas de grandes estanterías acristaladas, que resultan muy bonitas y decorativas, pero que son simplemente trampantojos ya que, ante la pregunta sin respuesta que nos hizo el guía a todos los presentes sobre lo que observamos en ellas, él mismo nos respondía: «A todas las carpetas o archivos de los viajes a América y por las islas Filipinas les falta las asignaciones y por lo tanto no hay ninguna documentación dentro, ya que nada se puede buscar sin signaturas, como en cualquier biblioteca o archivo que se precie».
Y volvemos a hacer dos grupos de 13-14 componentes, pues el recinto al que penetramos es reducido, comparado con los espacios que hemos recorrido hasta ahora, para recibir una explicación más íntima y provechosa de la iconografía e historia de las tres joyas murillescas que alberga, ejecutadas por su autor con menos de 30 años; y que esperaban la mirada y el estudio de cualquier interesado visitante: Mª Magdalena penitente, San Francisco de Asís y Resurrección de Cristo; dejando la explicación de los dos Goyas (que son sendos retratos de Carlos IV y su esposa, María Luisa de Parma, cedidos permanentemente por la antigua Fábrica de Tabacos sevillana a esta casa) para ocasión más propicia.
Tras la docta explicación de Sergio, caminamos -en desenfadado y disperso grupo- por las amplias galerías hasta que llegamos a una placa que habían puesto en una de sus esquinas para rememorar esta efeméride: los 400 años del nacimiento de Murillo. Él se nos sincera afirmando que seguramente con esa placa y su texto se peca de excesivo chauvinismo con respecto a Murillo, pues se exagera su papel protagonista en la Academia de Dibujo, que duró 16 años, puesto que fueron también otros pintores y artistas (Valdés Leal, Pedro Roldán, etc.) quienes también enseñaron en ella y hasta con más cargo o poderío pictórico. No obstante, sirve para enterarnos de su historia y de que Murillo la abandonara porque se peleó con Valdés Leal, entre otras razones. También fuimos informados de que Esteban Murillo fue comerciante de pasas y almendras con las Américas y de que sufragó viajes a las Indias o prestó dinero; por lo que debería ser un hombre adinerado. Para corroborarlo nuestro guía puso un ejemplo entre lo que cobraba un maestro de obras y Murillo por pintar un cuadro, en aquellos tiempos, y era diez veces más productivo hacer lo segundo que lo primero.
Terminamos de recorrer estas majestuosas estancias para descender nuevamente a la planta baja y salir al patio; y, en medio de él, recibimos una explicación arquitectónica completa y escueta de todo el edificio, mientras nuestro guía prosiguió mencionando a miembros importantes de la pintura sevillana para entrar después al interior, en donde se encontraba una doble exposición de estampas: en un ala, las de Murillo; y en la otra, las de otros pintores: Francisco de Herrera El Joven, Juan de Valdés Leal, Matías de Arteaga, etc.; respondiendo también a una pregunta que le hicieron sobre Francisco Pacheco, aclarándonos que era veedor de obras de arte y artista; y que hizo un tratado sobre ello, que servía de guía y cabecera para hacer cuadros sin que pudiesen censurarse después, pudiendo venderlos o presentarlos a concursos sin ningún problema. Aprovechó para comentar alguna que otra estampa, tanto de Murillo como de los mencionados autores, pues de todas hubiera sido imposible, y referirnos algún desbarre que tenía cierta leyenda impresa bajo su estampa: la de San Francisco de Asís que, en realidad, era San Francisco de Paula; pero que no la habían rectificado hasta la fecha, incluso habiéndole comunicado el error. Ante la premura de tiempo, las visualizamos rápidamente, echando alguna que otra foto para admirarlas mejor y más despacio en casa.