Pompeya Plotina, 1

Por Fernando Sánchez Resa.

En este fresco sábado, Alberto Barragán (de la empresa de servicios turísticos Cultura Antiqua), va a ser nuestro flamante guía (el mismo que nos mostró a La Roldana y, mañana domingo, lo hará con María Luisa). Está esperando a las puertas del Aquarium de Sevilla para acompañarnos en la visita que vamos a realizar a este lugar, con la excusa de irnos contando, en diferentes paradas, la historia de Pompeya Plotina, una joven “onubense” nacida en Ituci (o eso se teoriza), ciudad identificada en la actualidad como Tejada la Nueva y situada en la campiña oriental de Huelva, en el término municipal de Escacena del Campo. Ella fue la genial política y comerciante que conquistó el corazón del emperador Marco Ulpio Trajano, nacido y educado en la ciudad de Itálica. Su familia decía descender de alguno de los soldados originarios de Roma, que formó esta colonia española establecida por Escipión «El Africano» después de su victoria en Ilipa, en el 206 a. C. Estaba considerado el ejemplo de emperador óptimo, solo por detrás de César Augusto.

Pompeya Plotina desarrolló su vida en la Sevilla del siglo II d. C. y, aunque su documentación es más bien escasa, sí sabemos cómo supo llevar a buen puerto los muchos y sustanciosos negocios de su familia, ya que era una comerciante extraordinaria que catapultó a Trajano y, luego, a Adriano para que fuesen emperadores, marcando el devenir del Imperio Romano.

Pero este personaje le va a servir de excusa a Alberto, para explayarse sobre el mundo y la civilización romana, especialmente de la época imperial, salpicando su ilustrado discurso de anécdotas y leyendas para que se nos haga más ameno y atractivo.

La hora de cita es a las once de la mañana y, aunque está programada hasta la una y media, son cerca de las dos cuando acabamos con un hambre y sed endemoniadas, satisfechos (no obstante) de los mensajes históricos y subliminales recibidos.

Nuestro amable guía sigue dándonos más detalles de Pompeya Plotina. Contrajo matrimonio con Trajano mucho antes de su ascenso al trono imperial y lo acompañó cuando hizo su entrada triunfal en Roma como emperador. Era un dechado de virtudes: amable, modesta, inteligente, noble y benevolente. Tuvo mutua empatía y amistad entrañable con Marciana (la hermana del emperador), recibiendo ambas los honores de Augusta del Senado. No tuvo descendencia, pero influyó en la decisión de Trajano (poco antes de morir) de adoptar como heredero a Adriano, por quien Plotina sentía una gran estimación. Acompañó a su esposo en su última expedición contra los partos, donde murió, regresando a Roma con una urna de oro, conteniendo sus cenizas y los imperiales restos que fueron depositados en la Columna Trajana. Hacia el año 121-122 d. C., Pompeya falleció de forma natural, y entonces el emperador Adriano quiso que se le rindieran honores divinos, siendo llamada Diva Plotina, contando con sus propias sacerdotisas, y le erigió una basílica, cerca de Nemausus, la actual Nîmes.

Fuimos enterados también de que Trajano era homosexual, sintiendo una atracción especial por los efebos, ahora que a los historiadores no les importa sacar del armario a los muertos ilustres, mientras que cuando los estudiábamos en la escuela o el instituto eso era tabú. No tuvieron hijos, aunque Pompeya Plotina, como buena esposa, sabía tratar los asuntos familiares con decencia y cordura, respetándose mutuamente. Ella era avezada comerciante y viajó mucho con su marido en las campañas, conociendo bastantes pueblos conquistados. Tener en cuenta que Trajano conoció a fondo las cincuenta y tres naciones conquistadas, todo un récord; y que solía convivir y respetar a esos pueblos, imponiéndoles lo menos posible, para que siguiesen con sus modos y costumbres cotidianas, excepto las leyes romanas. A Trajano le gustaba vestirse a la griega, incluso leer y pensar como un griego, ya que era su civilización soñada; por eso, hasta solía visitar, de vez en cuando, el Olimpo u otros lugares sagrados de la antigua Grecia, por lo que era considerado un dios viviente.

Contaba también, nuestro guía, la relativa longevidad de los romanos y de las edades en las que los senadores morían (sobre los 50-60 años, o incluso menos, cuando perdían la vida en las campañas militares a las que eran tan proclives), por lo que duraban menos que sus esclavos, que tenían una vida más tranquila, pues no tenían que hacer todos los años expediciones y coger infecciones a todo pasto. Alberto nos sacó a todos del error de que el esclavo romano servía para todo en las casas (¡estamos tan influenciados por la novela histórica y el cine!). Nada más lejos de la realidad, pues solamente tenía una única función en la hacienda familiar; por ejemplo: si se dedicaba a abrir la puerta de la casa, eso era únicamente lo que hacía; o si era cocinero, ésa era su única función; lo mismo le ocurría al que estaba en el caldarium, calentando agua, etc. También está documentado que, como ya tenían conducciones de agua en las casas con tuberías de plomo (pues su vida diaria era más agradable de lo que pensamos normalmente), con el tiempo, se iban envenenando, lentamente, sin saberlo. Y supimos que la mayoría de la población era conocedora del latín; por eso sabían leer lo que ponía en las entradas de los anfiteatros u otros lugares del imperio; cosa que luego no ocurrirá en el Medievo y en posteriores épocas, incluso recientes y actuales, en donde, cuanto más lerdo y analfabeto sea el ciudadano, mejor se le puede manipular.

fernandosanchezresa@hotmail.com

 

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