Por Fernando Sánchez Resa.
Escribía mi padre, cuando de muchacho cayó enfermo de tuberculosis por la falta de alimentos y pobreza reinante, que se le fue el sueño y cómo oía por las calles de su barrio, desde la cama, las variopintas peroratas de los diferentes oficios que transitaban por El Alcázar y Santo Domingo, que bien sabía de memoria relatarnos. Gracias a la caridad de su tía materna María pudo alimentarse bien, pues estaba en la edad del desarrollo, proporcionándole gratuita y diariamente un plato de garbanzos o puchero y leche. Así fue como su mejoría y salvación se produjeron milagrosamente.
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