Por Fernando Sánchez Resa.
Y qué decir del “lañaor”. Uno de aquellos días, el lebrillo con el que mi madre estaba fregando los cacharros de la cocina recibió un golpe y se cascó al dejarlo en el suelo, haciéndosele una buena raja que amenazaba partirse.
—¡Qué contrariedad! —exclamó mi madre—. Ahora tendremos que comprar uno en la calle Valencia o lañarlo.
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