Por Fernando Sánchez Resa.
En 1686 se trasladó a Cádiz para realizar diversos trabajos encargados por el cabildo municipal y el catedralicio. Tras dos años de estancia allí, marchó definitivamente a Madrid, donde trabajó como escultora de cámara para los monarcas Carlos II y Felipe V hasta su fallecimiento. Todo ello, en un momento histórico en el que una artista no podía firmar sus obras, siendo minusvalorada por la fama de su padre y por el carácter mujeriego, inconstante y amigo de francachelas de su marido.