Por Fernando Sánchez Resa.
Me acuerdo de aquellos tiempos de mi infancia en que pasó por aquí una familia de pobres trashumantes. La componían los padres y varios hijos de mi edad y más pequeños. Tanto los padres como la nutrida prole cubrían sus carnes con ropajes andrajosos. ¡Qué lástima despertaban en mí cuando, en pleno invierno, iban completamente descalzos! A pesar de su extremada pobreza, los veía sonreír y entre los varios chiquillos se daban bromas y hasta jugaban; parecía que el drama y el problema en el que estaban inmersos no les afectaban.
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