Relatos y vivencias del ayer ubetense, 08

Por Fernando Sánchez Resa.

Los betuneros o limpiabotas. Otra actividad que hace tiempo desapareció de Úbeda. Me acuerdo verlos deambular por el centro de la ciudad, cuando yo era un niño, con su caja negra, en una mano, y dos almohadillas, en la otra, que servían de apoyo a las rodillas cuando hacían un servicio. Los sitios preferidos eran los Portalillos de la Plaza, en la puerta del Bar Victoria. También ejercían su oficio en el famoso Café Daniel que daba a dos calles (Mesones y Gradas), por eso tenía dos puertas. Los betuneros ofrecían su trabajo, a veces, dentro del local. Los veía de rodillas mientras que el cliente ponía su pie encima de la caja, de la que sobresalía una plantilla que servía de base, y también de agarradero para el limpiabotas. Dentro de la caja tenían cepillos, bayetas y cremas. ¡Había que ver con qué habilidad se cambiaban el cepillo de mano y con qué gracia le pasaban la bayeta al calzado para terminar de lustrarlo!

Mientras los betuneros hacían su trabajo dialogaban graciosamente con el cliente contándole chistes y anécdotas. Sabían de toros más que Belmonte. Ellos no se perdían ningún espectáculo taurino. En las corridas de toros eran los encargados de sacar a hombros a los toreros triunfadores. También expedían al público la lotería callejera con su consiguiente tanto por ciento.

Los hiladores. En Úbeda, antiguamente, se trabajaba el esparto a la manera tradicional. Aquí se manufacturaba esa materia por varias firmas. ¡Cuánta hambre han paliado los capachos y las hilaturas de esa fibra en los hogares ubetenses! Había quien trabajaba la pleita de crizneja (especie de trenza) y la artesanía del esparto.

La firma más fuerte, sin duda, era Ricardo Sola Rus pues además de la capachería que tenía en el Palacio Marqués de Bussianos, en la calle Trinidad, poseía una fábrica de hilados de esparto en las antiguas Eras de Sola, que así era conocida, donde hoy está la calle Granada y sus aledaños. Esa fábrica se componía de dos grandes naves simétricas y en el centro había una amplia puerta que daba a la carretera de Linares (hoy, avenida de Linares). Todo el recinto estaba rodeado por una cerca de piedra de varios cientos de metros. En sus amplias naves se hacían sogas, escobas, tomizas (cuerdas o soguillas de esparto) y ramales cuando la lluvia impedía trabajar al aire libre. A los trabajadores que fabricaban esas sogas y tomizas se les denominaba hiladores. Los esparteros eran los que trabajaban la pleita, como serones, espuertas y capachos para la aceituna, etc.

El gremio de los hiladores era muy extenso en nuestra ciudad, pues además de la industria de Sola había varias más. La fábrica del Arroyo de Santa María y la de Lázaro del Moral, en la cuesta del Losal. Esos trabajadores no gozaban de buena fama dado el vocabulario que empleaban cuando trabajaban. El esparto con que fabricaban sogas y ramales antiguamente se machacaba en los mazos que había en la fábrica. En la posguerra, en una exposición de artesanía que pusieron en el “Casino de los Señores” que había en la Corredera, (hoy sucursal del Banco de Santander), fue donde vi por primera esos mazos. Eran unos gruesos troncos de madera, impulsados eléctricamente, que subían y bajaban machacando el esparto que había debajo. Los capachos y la pleita se hacían con esparto crudo, previamente remojado.

En el palacio donde vivía Ricardo J. Sola Rus había, y hay, un amplio patio con soportales, sus pórticos estaban inundados de pilas de capachos hasta el techo, igual que las dependencias interiores. A la izquierda del patio había una puerta que comunicaba con el comercio de tejidos de su propiedad y que era, mayormente, para sus “capacheras” pues les daba ciertas ventajas económicas al comprar allí.

fernandosanchezresa@hotmail.com

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