La Úbeda de mis antepasados

Por Abel Sola Sánchez.

¡Qué bien me lo he pasado este último fin de semana en Úbeda!

Todo ha venido rodado pues hubimos de venirnos de Sevilla, donde vivimos mis padres y “abus” maternos, ya que el pasado viernes 26 de octubre, mi abuelito Fernando tenía que dar una conferencia en el Club Diana, pues lo había invitado insistentemente, desde hacía tiempo, Antonio del Castillo Vico y yo no quería perdérmela. Ha sido la excusa perfecta para pasar unos días de lujo en la ciudad de mi madre, pues, aunque yo soy sevillano de nacimiento, no quiero perder las raíces de esta bella y entrañable tierra giennense a la  que vengo periódicamente y en la que me bauticé; para más señas, en la hermosa iglesia gótica de San Nicolás de Bari.

He tomado muchas cosas: churros con chocolate (¡que me encantan!), ochíos…, y tapas o comidas muy ricas en bares y restaurantes de prestigio, como en El Seco, en donde lo que más me ha gustado han sido las natillas con nata y canela, aunque no me hubiera importado tomarme helados de chocolate, como otras veces. ¡Son mi delicia preferida!

Pero me estoy yendo por los Cerros de Úbeda, pues lo que iba a contarles a ustedes es cuánto me gustó y lo bien que me lo pasé oyendo la melodiosa voz de mi abuelito, al que adoro con locura (como él a mí), ya que me relata unos cuentos que me quedo con la boca abierta. Me suena que ha debido ser maestro en su vida anterior y con vocación de enseñante… Se ve que ambos estamos en la misma onda y empatía. También mi maestro actual se llama Fernando; mira qué casualidad más acertada.

Por supuesto que mis padres son los números unos de mi amor y cariño, pero todavía estoy en una edad en la que valoro un montón a mis abuelitos. A Antonio, el de mi papá, también lo quiero mucho. ¡Qué pena no haber conocido a mi abuelita Luisa que está en el cielo! Espero que este sentimiento dure para siempre. Las “adalenas” de la abuelita Margarita y las canciones que me canta no tienen parangón (¡qué buena voz y memoria posee, aunque su habilidad manual no le va a la zaga con la de juguetes que me ha hecho!; ¡ojalá que yo haya heredado algo de ellas!).

A lo que iba. Yo quería contarles, a mi cándida y mágica manera, cómo transcurrió la conferencia que mi abuelito, Fernando Sánchez Resa, dio en el Club Diana, vista por mí, un infante de dos años y diez meses.

Una vez vestidos de gala y con cierto nerviosismo y emoción, nos fuimos (mis padres, mis abuelitos y yo) camino de la calle Nueva, en donde se encuentra el Club Diana. Por el camino, nos fuimos encontrando a gente conocida de mi “abu” que lo saludaba, incluso abrazaba, y le deseaba suerte en el reto que tenía por delante. Lo mismo ocurrió a las puertas del Club Diana y en las escaleras y local de la primera planta, en donde iba a dar la charla. ¡Cuántos abrazos y apretones de manos recibió, al igual que cuando terminó su conferencia! Pude darme cuenta de cuánto se le aprecia y qué buenos amigos, vecinos y compañeros tiene, pues lleva cuatro años jubilado, uno de ellos fuera de Úbeda (viviendo en Sevilla, por mi), y sigue estimándosele mucho.

Nos habían reservado, en primera fila, unos sitios para familiares y tuve la suerte de estar en brazos de mi papá, mientras mi mamá echaba fotos del evento para la posteridad. También noté que había otros aficionados fotógrafos como mi tita Mónica, el primo Pablo de mi madre…, y hasta la televisión local. ¡Qué cosa más importante para mí: estar, por primera vez, en una conferencia! Según me contaron mis padres, me porté como un jabato, pues resistí tres cuartos de hora (de los sesenta minutos que duró) sentado en las piernas de mi padre, todo atento, tratando de oír el “cuento largo” que mi abuelito les estaba relatando a los múltiples asistentes que abarrotaban la sala. Tanto fue así, que hubieron de añadirse sillas para que todo el mundo se encontrase sentado y a gusto en este local tan acogedor.

Bien me enteré de que mi “abu” hablaba de la Úbeda de mis antepasados y de que hubo momentos en que se emocionó hablando de sus padres (mis bisabuelitos Manuela y Fernando), ya fallecidos, pero que ya viven permanentemente en el cielo. También aprecié que estuvo regalando, con su voz, seis postales ubetenses de la Úbeda de otros tiempos y que todo el mundo andaba expectante. Como se van a ir publicando completas, todos ustedes podrán leerlas. Yo estoy deseando aprender a leer para hacerlo. Seguro que me encantarán.

Cuando terminó el acto, me personé nuevamente de la mano de mi papá y, desde el fondo de la sala, fui llamando a voces y repetidamente a mi abuelito, con voz clara y firme, para que viniese conmigo y dejase de tanto saludar y ser agasajado. Todos sabemos lo impaciente que puede ser un aprendiz de parvulito…

Cuando ya conseguí arrancarlo del público y de las fotos que lo ahogaban, le di muchos besos y me bajé con él de la mano por las escaleras. Mas, cuál no sería mi sorpresa al comprobar que no estaba el cartel que anunciaba “Relatos y Vivencias del ayer ubetense” con la foto de mi abuelito. Y no tuve más remedio que decírselo abiertamente, ya que él -con los nervios y saludos- ni se había dado cuenta y otros familiares tampoco: «Abuelito, t´an quitao…». Lo que sirvió para que se percatase de lo observador y perspicaz que soy en mi corta edad y reclamase a Antonio del Castillo un cartel para mí, pues quiero conservarlo siempre. Cuando se lo dieron al abuelito, yo le ayudé a enrollarlo como un canuto y no quería separarme de él.

Y como regalo a mi abuelito, por su bien hacer, el Club Diana tuvo el detalle de agasajarlo íntimamente invitándolo, junto con su familia más cercana, a cenar en el bar del club, con unas raciones que estaban para chuparse los dedos y unas bebidas a elegir. Incluso le ofrecieron firmar en su Libro de Honor de los conferenciantes y/o personas ilustres que han visitado este afamado club; lo que mi abuelito hizo gustoso y con la largueza y extensión que le caracterizan. También le sacaron otro regalo que yo ayudé a desenvolver. Me gustó de veras ver un escudo de cerámica vidriada verde de su ciudad de nacimiento, con una pluma y un tintero incorporados, que seguro guardará en un lugar preferente de su casa. Hasta Antonio del Castillo y mi “abu” me estuvieron explicando que había doce leones impresos y  una corona real. Todo alusivo a esa ciudad que tanto quiero: la Úbeda de mis antepasados. Yo, que soy una esponja, lo fui almacenando prontamente en el novísimo disco duro de mi tierna memoria.

Como ya era tarde y mis nervios y cansancio pedían descanso, tuve que irme llorando antes de que terminara la cena, con gran dolor de mi corazón; pero mis padres (que bien me conocen) saben que no hay mejor alimento para un infante que el descanso y la tranquilidad, a su debido momento, mientras todos se quedaron hablando de asuntos que yo no entendía, pues la fatiga y el sueño se apoderaron de golpe de mí, como cuando cae el sol en el ecuador…

Desde el principio de esta crónica habrán comprendido ustedes, amables lectores, quién soy: Abel Sola Sánchez, para servirles. Por eso, aunque sea mi abuelito el que firme el artículo, créanme, soy yo su verdadero autor, porque se lo he inspirado tierna y cariñosamente.

Sevilla, 1 de noviembre de 2018.

fernandosanchezresa@hotmail.com

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