Por Dionisio Rodríguez Mejías.
10.- Un ataque de cuernos, mal disimulado.
Permanecí callado, dándole vueltas a lo que acababa de escuchar. Me parecía que un silencio era mucho más elocuente que cualquier reproche que le hubiera podido hacer en aquel momento. Al fin y al cabo era su trabajo, y yo no tenía ningún derecho a ironizar sobre el asunto. No obstante, ella adivinó mis preocupaciones y trató de suavizar la situación.