Por Mariano Valcárcel González.
¡Muerte al infiel! Eso, muerte y destrucción. Y que desaparezca del mundo todo el que disienta y no acate.
Con ello lograremos satisfacer el ansia de sangre y la necesidad de sacrificios cruentos que la deidad, las deidades de todos los siglos tienen o tuvieron. Esto es viejo como la misma humanidad; el que se tratase de aplacar la ira de Dios por nuestros actos y pecados con la ofrenda de cualquier víctima inocente o no porque podían ser enemigos o prisioneros; pero, a poder ser y ello ya era y es lo más de lo más eficaz, si la víctima escogida es humana; apretando aún más los conceptos, cuando la víctima que sacrificar es además un infante y si es primogénito, ya la expiación es completa.