Por Dionisio Rodríguez Mejías.
1.- El fichaje de “El Colilla”.
Con la ayuda de Roser, aquel mismo curso terminé la carrera; tres años más tarde nos casamos y tuvimos un hijo, que era la viva estampa de Vilanova. Dejé el gabinete de Borras Asociados para trabajar en PROVISA, al lado de mi suegro. Hasta 1982 no tuvimos más preocupaciones que buscar los mejores resultados económicos y vencer ese miedo instintivo, que sentimos los pobres, a perder algún día el fruto de nuestro trabajo. En consecuencia, me volqué de lleno en la actividad inmobiliaria: era el encargado de tratar con los Bancos y conseguir los préstamos hipotecarios, me cuidaba de la publicidad, visitaba las obras, estudiaba los proyectos y me encargaba también de crear un fondo de inversión ‑parecido a las pólizas que vendía en mi anterior empresa‑, para rentabilizar los ahorros de amigos y conocidos. Podría decirse que aquello para mí no era un trabajo, sino una diversión. Poco a poco, le cogí el aire al negocio y cada año poníamos en marcha una nueva promoción.
Roser y yo nos fuimos a vivir a la calle Ecuador, cerca de sus padres, y Emilio seguía en la pensión Habana en la calle Olzinellas. No obstante, nos veíamos con frecuencia en el bar de Saturnino: jugábamos al dominó por parejas y hasta participábamos en alguna amistosa partida de póker. Llevaba dándole vueltas al asunto durante algún tiempo, hasta que al final me decidí y le propuse que dejara su trabajo y se viniera con nosotros.
—A ver, Emilio. ¿Tú cuánto ganas en la farmacia?
—Qué pasa, “Mosquito”; ¿quieres venderme una póliza o necesitas dinero?
—No, hombre, no. Lo digo porque podrías trabajar en PROVISA, conmigo.
—Trabajar… ¿de qué? Yo no entiendo de construcción.
—Pero puedes hacer estudios de mercado. ¿Qué te parece? Tenemos una chica que los hace muy bien, pero se casa y se va a vivir al pueblo con su marido. ¿Lo entiendes? Tú harías ese trabajo de maravilla. Podrías probar…
—Y eso… ¿está bien pagado?
—Hombre, por eso te he preguntado que cuánto ganas.
—Unas cuarenta mil pesetas al mes. Bueno… no llega, pero con las extras…
—Pues yo te ofrezco ciento veinte mil mensuales. ¿Qué te parece?
—¿En serio? Oye, “Mosquito”, será una cosa legal, ¿no? Que cada día sale por la tele algún constructor que se fuga a Brasil con el dinero de los clientes…
—No te preocupes. Tu misión consistirá en hacer informes sobre las edificaciones que se lleven a cabo en un determinado sector de Barcelona. En esos informes, ha de constar el precio, la superficie de las viviendas, la memoria de calidades, planos… Fácil, ¿no?
—¿Fácil? Y, ¿cómo lo consigo? ¿Me compro una pistola y se la pongo en la cabeza al constructor hasta que cante?
—No seas exagerado. Tú, donde veas una oficina de ventas, te presentas, dices que te vas casar y que quieres comprar piso. Ya verás cómo se deshacen en atenciones, y te dan la información que pidas. Si quieres y para dar más realismo a la entrevista, podrías llevar a la Merche contigo alguna vez. ¿Qué te parece?
—Y, ¿por hacer eso me vas a pagar ciento veinte mil pesetas? Eso lo hago yo gratis, solo por divertirme. Toda mi vida he soñado con ser espía.
No tardó en hacerse popular entre el personal de la empresa: el buen humor, el ingenio y su optimismo permanente fueron la mejor carta de presentación. Sus estudios de mercado gozaban de absoluta credibilidad, le sobraba tiempo para hacerlos y le encantaba ayudar a los demás. Pero, en lo que brillaba de manera especial, era en la gestión de suelo. Las zonas cercanas al Nou Camp se agotaban; en la calle Berlín, se edificaron todos los solares; y, en la avenida de Madrid, pasó algo parecido. Había que buscar suelo edificable que no estuviera demasiado lejos de las estaciones del metro y las líneas de autobuses. No sé cómo lo hacía, pero cada mes aparecía con un par de propuestas: en la calle Brasil, Canalejas, Carreras Candi, Carlos III, Cardenal Reig…