Hubo una vez (allá por los siglos XVI y siguientes), cuando la religiosidad marcaba irremisiblemente la vida de nuestra ciudad, el lindo Convento de Nuestra Señora de la Coronada, donde bastantes monjitas escribieron su recatada vida pretendiendo alcanzar el mismísimo cielo. Luego, llegaron turbios y desestabilizadores tiempos en los que su edificio se derruyó, explanando su solar, para infundirle una nueva vida urbana a un rincón entrañable de nuestra ciudad: el famoso Paseo de la Coronada (o de José Gallego Díaz), en donde tantos niños, jóvenes y adultos tuvieron su etapa dorada (¡bien que me lo contaban mi suegra y mi padre!).