Por Fernando Sánchez Resa.
Llevo media hora esperando, frente a la puerta sur de San Isidoro, mientras el tibio sol se va convirtiendo en tórrido, si no hay sombra que lo ampare; aunque una suave brisa viene a auxiliar al hervidero de curiosos y devotos que llenan el claro bajo de San Isidoro, haciendo más llevadera la espera. Mientras tanto, cofrades, mantillas, costaleros y niñas que portan las tres reliquias de la pasión (corona de espinas, crucifico y escalera y clavos), penetran en el interior de la iglesia. Luego, llegan los tambores, con su paso ligero característico, que animan al público y a las mentes de todos los presentes; por ello, el redoblante aprovecha para lucirse, mostrando sus habilidades tamboriles.