Por Dionisio Rodríguez Mejías.
2.- La fiesta.
Me sentía como esos invitados de las películas que llegan despistados a una fiesta, cuentan una anécdota inoportuna, y nadie les presta la menor atención. Por suerte, se nos acercó el señor Vilanova, nos ofreció una copa de cava, me puso la mano en el hombro y dijo en tono paternal:
—Querido Alberto, no tome a mal lo que voy a decirle, pero es usted un hombre afortunado: no solo acompaña a la muchacha más guapa de la fiesta, sino que muy pronto usted y yo tendremos la ocasión de formar un gran equipo. Espero que disfrute de esta entrañable velada, sencilla y familiar.