“Barcos de papel” – Capítulo 22 e

Por Dionisio Rodríguez Mejías.

5.- Una oferta de ensueño.

Era verdad que mi padre había trabajado en San Javier, pero no era piloto, sino mecánico; y tampoco se estrelló con un avión como la familia repetía a todas horas. Pero, como lo que acababa de afirmar no era verdad, acompañé la frase con un fingido gesto de tristeza para hacer la historia más creíble. Lo cierto es que murió de tuberculosis. Lo del accidente fue un invento de la familia para que nadie supiera que yo era hijo de un tuberculoso. Todas las personas, hasta las madres, tienen sus rinconcillos de basura que, por vergüenza, tratan de ocultar. Y, el que la noticia hubiera salido en los periódicos, era de mi cosecha: lo dije para eliminar cualquier atisbo de sospecha. Cuando una cosa así sale en los periódicos, además de muy cierta es importante. El caso es que mi respuesta pareció satisfacerle tanto que, a partir de entonces, fue directamente a la cuestión para la que me había citado.

—Y de Roser, ¿qué opina? No sé si se habrá dado cuenta que muchos chicos le andan detrás —dijo con una pícara sonrisa—. Pero he de reconocer que ella está loca por usted. Compréndame, mi hija es mi vida. Su madre y yo la hemos educado en buenos colegios y la hemos acostumbrado a trabajar, a estudiar, a no llegar tarde a casa, y a comportarse como una mujer decente. Estoy seguro de que usted lo habrá notado.

—Sí, señor; así es.

—¿Verdad que sí? Pues, a una hija como Roser, un padre debe darle todo lo que pida. ¿No le parece?

—Sí, señor.

—No sé si me entiende; es evidente que ella a usted le quiere, y yo quisiera confesarle que pienso retirarme muy pronto y quisiera tener todo a punto para ese día.

No sabía adónde quería llegar. Como tampoco estaba seguro de sus intenciones, preferí escucharle para ganar tiempo y no responder hasta que tuviera pensada la respuesta; pero él, al ver mi confusión, fue directo al grano, adoptando un tono más distendido.

—Vamos a ver, Alberto. Hablando claro: como te digo, estoy a punto de retirarme y me gustaría que, cuando llegue ese día, seas tú quien dirija la empresa con pulso firme.

—Pero, señor Vilanova, si yo no tengo ni idea de construcción.

—Por eso no tienes que preocuparte. A mí me da lo mismo que no sepas distinguir un tocho de una rasilla, o un camión de una hormigonera… Eso no me preocupa. Lo importante es que sepas sonreír a la señora del concejal de urbanismo, para conseguir la recalificación de una parcela que, aunque hoy no vale nada, dentro de unos meses pagaremos por ella una fortuna al Ayuntamiento. El concejal y el alcalde se llevarán una buena tajada; pero nos dejarán trabajar en paz. ¿Lo entiendes? Del proyecto, la construcción y las licencias me ocuparé yo. Tú eres inteligente y sabes sonreír. No necesitas nada más. El día que nos conocimos te dije que todo joven debe pensar en su futuro. ¿Lo recuerdas?

—Sí, señor.

Aunque era joven, sabía que las personas como Vilanova nunca se jubilan; pero trabajar a su lado era algo fascinante, un sueño que, gracias a Roser, podía convertirse en realidad. Mientras yo le daba vueltas a la idea, él seguía hablando sin parar, tuteándome familiarmente, halagando mi vanidad con mucha astucia, y limitando la promoción inmobiliaria al atractivo personal y a las formas elegantes: algo en lo que me creía la persona idónea por el hecho de haber estudiado con los jesuitas. Por mi parte, yo no podía negar que la propuesta me parecía muy tentadora.

—¿Qué meresponde, amablejoven? —insistió Vilanova—.

—No sé qué contestarle —respondí, aparentando un punto de timidez—. Sepa que valoro y agradezco su confianza, pero no me esperaba tanta generosidad. Comprenda que, en este momento, estoy desconcertado, además de agradecido. Si no hubiera personas como usted, los jóvenes tendríamos muchas dificultades en la vida; pero, como le acabo de decir, aún me faltan dos años para acabar la carrera.

roan82@gmail.com

Deja una respuesta