Por Mariano Valcárcel González.
Nuestro compañero José del Moral ha escrito una reflexión en el face, al hilo de unas declaraciones de un preboste de la empresarial, que tienen su miga, su corteza y su mandanga bien colocada.
Lo curioso para mí es que a esta entrada de Del Moral esta vez apenas han respondido, jaleándosela y alabándosela, los habituales de ello. Y no es que sea por la cuestión de que andamos en verano (que no en vacaciones) y ya se sabe… Por eso, me causa tanta sorpresiva curiosidad este silencio. Así que cuando José comenta cosas sobre problemas religiosos (aborto, islamismo, etc.) le llegan aleluyas y adhesiones tremendas, muy en línea del «Hay que decir las cosas claras, sí amigo José, contigo estamos»; cuando lo hace acerca del separatismo catalán y sus rémoras y consecuencias, pues que ahí van múltiples comentarios, todos desde luego afines a lo expresado en el principal y en la misma línea de la frase anterior.
No critico que eso pase, que cada uno es libre de pensar lo que le venga en gana (ojalá todos coincidiesen en esto), de expresarlo o de adherirse a quienes lo expresen como uno lo hubiese hecho. Así que no va este escrito contra quienes, en cuanto Del Moral aporta alguna reflexión sobre cosas que les interesan, saltan a la palestra para confirmarlo. Lo que sigue en mi extrañeza es que ante lo que voy a comentar (y comentado por el citado) apenas si los habituales han mostrado su conformidad.
Y es que lo que escribe José del Moral es muy fuerte.
Se indigna ante lo declarado por el capitoste empresario y lo rebate con argumentación clara y rigurosa, decididamente a favor del trabajador frente al capitalista. Cuestiona que siempre se cuestione (perdón por lo reiterativo) el salario del obrero, la jubilación del obrero, las indemnizaciones por despido del obrero, el rendimiento del obrero y nunca, nunca se haga lo mismo en caso del directivo, del consejero de empresa, o del empresario mismo (y no digamos del político parlamentario, del cacique autonómico o de los del gobierno y adjuntos). Todo en nombre de la productividad y de los balances macroeconómicos o de la deuda que ya ni nos cabe; de todo eso debe hacerse cargo el trabajador, o los pensionistas, o los dependientes, que han sido, a lo que se ve, los causantes de la ruina actual.
El tratamiento que indica Del Moral es el que se debe dar a estos directivos, consejeros y demás, tal que igual que el que se le administra a los obreros y asalariados. Porque es de escándalo (y es verdad, amigo José) que los aumentos salariales de esa clase (que ahora se le dice depredadora, o extractiva perfectamente) sean desmesurados, que sus despidos y jubilaciones sean millonarios y siempre, ¡qué casualidad!, blindados previamente por quienes los van a disfrutar, que nunca se atengan a lo que recomiendan para los otros: contención salarial (o reducción pura), aumento de horarios por lo mismo o menos, contratos cuando los hay sin derecho a nada (y desde luego nada blindados), pensiones también bloqueadas, salario sujeto a rendimiento… ¿Dónde se ve en ellos lo mismo?, ¿no les afecta la reforma laboral?
Si fuesen así, muchos de los directivos que salen de las empresas dejadas en bancarrota, o sus consejeros delegados, no tendrían derecho a nada; es más: se les debería exigir compensaciones por haber llegado a esa situación, por su nulo rendimiento real ni rentabilidad para la empresa. Ni cuando se van con prejubilaciones o jubilaciones millonarias tendrían derecho a hacerlo, pues ni cotizaron los años necesarios ni a la empresa, sociedad o administración beneficiaron; que se van muchas veces porque los echan, simplemente, por ladrones o inútiles.
¿Qué rentabilidad, eficacia (si no es la de saber llevárselo crudo) y productividad demostraron?: nulas. Y, sin embargo, ahí están y seguirán, sin plantearse siquiera lo injusto de esta situación. Y lo que, de verdad, esta situación injusta está costando al país. Que esa es la realidad; que los costes no los está generando el trabajador, el asalariado, sino esta cleptocracia establecida, incrustada y pegada a la estructura económica, empresarial y política que va chupando la sangre, los beneficios, las ganancias y los rendimientos para su bien exclusivo, para su engorde y su malvivir.
Por eso, es que la brecha social se ha agrandado y curiosamente los ricos son todavía más ricos y los demás van quedando cada vez más pobres. Y no es casual. Ni efecto indeseado e inevitable. Es consecuencia directa y funesta de lo anterior.
Esto nos viene a decir, a denunciar airadamente José del Moral. Y estoy con él en esto. Y me hubiese gustado que más de uno y una, tan palmeros cuando él trata otros temas, se le unan en la indignación.
¡Ah, indignación! ¡No nos vaya ahora a resultar que Del Moral nos sale uno de tantos indignados! ¡Hasta ahí podíamos llegar!