Por Manuel Almagro Chinchilla.
Historia de una peregrinación desde Tíscar a Santiago de Compostela
Introducción (I)
No me cabe la menor duda de que cualquier persona de las que compusimos el grupo de peregrinos, protagonistas de esta pequeña historia, hubiera tenido recursos más que suficientes para hacer este relato. También es cierto que fui, y soy, el más veterano de todos. Por no decir el más “viejo”, algo que, al menos, tiene la ventaja de haber llegado al retiro laboral antes que los demás, situación a la que se le atribuye “disfrutar” de más tiempo libre para poder dedicarlo a los pequeños placeres favoritos, como por ejemplo hacer esta publicación.
Es por ello que en algunas ocasiones, a lo largo del relato, el texto está escrito en primera persona. No es con el ánimo de sobresalir, ni afán alguno de protagonismo; sólo se trata de un recurso literario para concentrar la atención del lector y darle mayor énfasis y realce a la acción. Estoy seguro de que más de uno de mis “compañeros de viaje”, de aquello que me atrevo a llamar “epopeya”, cuando le llegue su hora de pasar a la “reserva”, se animará para dar rienda suelta y dejar impresas en un papel aquellas vivencias, cada vez más lejanas en el tiempo, pero más profundamente metidas en nuestros corazones. Por lo que se refiere a mí, puedo asegurar con toda rotundidad que ha sido la experiencia más maravillosa de toda mi vida.
“La Vía del Sureste” es un conciso titular de una larga peregrinación de cincuenta y un días, realizada a Santiago de Compostela por un grupo de peregrinos, en el verano del año 1999, teniendo como origen el Santuario de la Virgen de Tíscar, en la sierra de Quesada (Jaén). Un encantador paraje del Parque Natural de las Sierras de Cazorla, Segura y las Villas, situado en el sureste peninsular.
No es ninguna novedad afirmar que las peregrinaciones a Santiago se han ido incrementado considerablemente en las últimas décadas, utilizando los caminos tradicionales, entre los que destaca el que viene de Europa a través de los Pirineos. Tampoco es llamativo, ni mucho menos novedoso, hacer un relato de alguno de estos acontecimientos. Otra cosa es que tal narración despierte el interés suficiente como para llevarlo a las páginas de alguna publicación medianamente aceptable. Sin embargo, lo que puede suscitar la atención de esta pequeña historia radica en la singularidad que supuso abrir una nueva vía a Compostela, como nexo y complemento a las ya existentes de la Vía de la Plata y el Camino Francés. A estas últimas, deben confluir, necesariamente, los peregrinos procedentes del Sureste peninsular. Se trata, por tanto, de la instauración de una vía de nuevo trazado a través de la cual se accede, correlativamente, a las anteriormente ya mencionadas, para finalizar en Santiago de Compostela.
Aunque la historia aquí expuesta describe la marcha en su totalidad hasta Santiago, incide especialmente en el primer tramo, en el de nueva creación, el cual hubo que diseñar meticulosamente y fragmentarlo en etapas para hacerlo factible a las posibilidades del ritmo y capacidad humanos. Es lo que dimos en llamar “La Vía del Sureste”, cuyo epígrafe ha dado nombre también a la totalidad de esta pequeña historia.
El camino tuvo todos los componentes de una aventura en la que, a las dificultades puramente físicas, ofrecidas por la orografía de los distintos territorios transitados y al sofocante calor, hubo que añadirle el factor de la nada fácil convivencia humana en grupo, donde las discrepancias y diferencias de criterio, a la hora de tomar decisiones, incluso las más nimias, levantaban escollos que a veces se imponían como insuperables. Conjugando ambos elementos adversos, llegué a pensar, en más de una ocasión, que teníamos por delante una auténtica odisea, más bien abocada al fracaso.
El proyecto fue concebido en 1997, dos años antes de su realización en 1999, lo que dio tiempo a una más que aceptable preparación y diseño de la idea, gracias a la cual, y a la ayuda de la Virgen de Tíscar (que todo hay que decirlo) pudo culminarse con éxito.
Paraje de Tíscar.