76 años

Por Mariano Valcárcel González.

Va un ejército en retirada, en franca desbandada va. El enemigo aprieta inmisericorde, bombardea, tirotean sus avanzadas, acosan intentando bloquear carreteras, caminos, pasos… El enemigo no tiene compasión ni da tregua y los que huyen lo saben. Por eso huyen.

Por las carreteras y por los pasos de montaña discurren columnas de soldados con la humillación y la derrota en la cara. Pocos levantan sus frentes. A pie muchos, cargados con lo que pueden, pero soltando armas y equipos, que ya no les hacen falta. También progresan con lentitud vehículos de todo tipo, principalmente camiones hasta los topes, autos que en su día montaron las autoridades, carros de los que tiran algunos mulos o empujan quienes en los mismos han colocado a familiares y pertenencias, a sus niños, ancianos o enfermos. Son filas interminables, que zigzaguean por la montaña camino de la frontera, intentando alcanzarla cuanto antes, porque en ello les va la vida.

Atrás quedan los vencidos que ya no pudieron huir, los muertos y los vencedores. Atrás queda la nada. Nada queda, nada tienen ya, nada se pierde huyendo.

Entre esos soldados sin futuro, van también gentes civiles, tan sin futuro como ellos. Son sus familiares que no los abandonan (o ellos que no quieren abandonarlos); son antaño dignos funcionarios o son políticos de segunda o tercera fila, paisanos con el temor metido en el cuerpo, seguidores del bando perdedor… Se adhieren a las columnas en retirada, en un acto de refleja protección, en la inútil creencia, ilusa, de que aquel ejército fantasmal todavía les puede proteger.

Mueren igual bajo la metralla, por la debilidad de la inanición y la larga marcha. Van sembrando las cunetas de todo lo que les estorba, lo que se les cae, lo que tienen que soltar, aunque sean retazos y recuerdos de la misma vida. Trozos del alma.

Los guardias de la frontera los esperan, displicentes.

Los guardias de la frontera tienen órdenes de su gobierno. Hay que desarmar a los que porten armamento. Hay que clasificarlos, los militares por un lado, los civiles por otro y, de todos ellos, los que estén debidamente documentados y los que no. La clasificación también implica separar la paja del grano, que se debe dar trato distinto. Así unos irán para un lado y otros para otro. Los más a campos de internamiento sin habitabilidad alguna, tratados indecentemente como animales o delincuentes, metidos entre alambradas y vigilados por hombres armados. Los hay que escaparon por mar, con mejor o peor fortuna de medio y destino. Todos, al fin y al cabo, refugiados en países distintos al suyo.

Su país se ha dejado sangrar en guerra larga; lo han dejado indecentemente, conscientemente, incluso con criminal intención, los países que debieron más ayudar a pararla y acabarla. Se han regodeado en la desgracia. Y permitido que a un bando, el que ahora vence, les lleguen los recursos para ello.

¿Conocen esta historia…? Sucedió hace setenta y seis años en un país llamado España.

Nos olvidamos demasiado pronto de las cosas. O las ocultamos convenientemente. Miramos, como hicieron los que nos dejaron abandonados a nuestra triste suerte, para otro lado y mientras en Siria, Irak, Libia…, se matan unas facciones con otras o se va dejando que se imponga (con las ayudas correspondientes e inconfesables) la más radical y sanguinaria.

¿Qué esperar, pues…, que las gentes se dejen matar impunemente?

Huyen, huyen…, pues nada pierden sino la vida; huyen, porque no quieren ser mártires de nadie, héroes de nada; que quieren salvarse ellos y sus familias, sus niños… Sus niños…

Hay cosas que están pasando, ya lo escribí, de las que no nos damos cuenta o no queremos darnos. Cosas muy importantes y que tendrán repercusiones inevitablemente. Son consecuencia de decisiones y de actos tomados en el último cuarto del siglo pasado o principios del actual, por gobernantes sin visión histórica, dados más al regate corto y a los logros inmediatos, ramplones y parciales, mirando sólo el beneficio de unos pocos privilegiados; analfabetos en la ciencia del buen gobierno global (aunque su prédica bendiga la globalización). Y a los que las consecuencias de sus medios les importan un pepino. Ahora se ven sus verdaderos frutos, que no son más que los frutos del mal.

marianovalcarcel51@gmail.com

Autor: Mariano Valcárcel González

Decir que entré en SAFA Úbeda a los 4 años y salí a los 19 ya es bastante. Que terminé Magisterio en el 70 me identifica con una promoción concreta, así como que pasé también por FP - delineación. Y luego de cabeza al trabajo del que me jubilé en el 2011. Maestro de escuela, sí.

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