Por Mariano Valcárcel González.
El pistoletazo de salida, la señal inequívoca de que ya empezó el verano, no es ni mucho menos lo que nos indican los meteorólogos con esa precisión irritante de que a la tal hora y minutos and segundos de tal día del mes de junio entra “oficialmente” el verano… ¡Qué va, que ya nos lo pueden jurar hasta en arameo, que nanai!
La estación veraniega, el estío, la de la paga extra (¡esto ya puede quedar como referencia arqueológica para funcionarios y otros!), la de las vacaciones escolares, que aún se mantienen, y las de quienes puedan obtenerlas según vigente convenio o benevolencia patronal, esta estación, como digo, entra en el día de San Juan, o sea el 24 de cada junio.
De forma totalmente oficial y con el pertinente boato y fanfarria. Y festejos adecuados.
La Noche de San Juan. Efeméride tenida en cuenta tanto tierra adentro como costera. Vigilias, verbenas, hogueras, citas y conciertos, comilonas y banquetes rurales y marinos, bailes, “lucernas”… Cada sitio y lugar, cada costumbre a su modo, cada tradición con variante local…
En Úbeda, mi pueblo, este tránsito nocturno tenía dominio esotérico, de ancestrales orígenes y ritos más allá de la capa santoral, añadida. Santerías. Se contaban portentos y se decían promesas que se obtendrían a la luz de la luna, bajo sus rayos de plata, o a la vera de umbríos y frescos arbolados, o con el oportuno trago de agua de fuente de preñaduras eficaces; ¡claro que quedarían preñadas más de una y de dos damas (antes y ahora) si la velada transcurriese de forma propicia! Tal vez por ello y de cara a la curiosidad de la chiquillería, se echaba mano de la atroz leyenda de la Tía Tragantía, trasgo horrible que los devoraría si en esa noche no se acostaban, y dormían, tempranamente. Una fórmula mágica para ahuyentar a los nenes ante la oportunidad que se presentaba a las parejas con ansias.
Sí, son de origen remoto estas fiestas. Saltar hogueras para demostrar ante las hembras la valía o conjurar a los malos espíritus, cubrir de luces la playa decorándola con las almas de tanto ser hundido en la mar, confraternizaciones en pantagruélicas parrilladas, hasta quedar vencidos entre las dunas o bajo la arboleda y todo ello en sanjuanada común y prolífica.
El solsticio de verano ha podido entrar el día tal y a tal hora, minuto y segundo, mas la realidad es que entrar, lo que se dice entrar con toda su pompa y ceremonia, y toda su eficacia, solo entra en la sanjuanada.
Dícese que el Papa Francisco, jesuita puesto a calentarle las mentes a los curiales vaticanos, se está planteando fijar y unificar de una vez por todas la fecha de la Semana Santa. Curiosamente, esta fecha del calendario cristiano es la única que se subordina al antiquísimo ciclo lunar (en vigor en el islamismo); y con la fecha de Semana Santa se arrastrarían otras celebraciones subordinadas a la misma, como carnaval, Cuaresma, Pentecostés… La idea es para tenerla en cuenta y no está mal pensada (en mi humilde parecer); claro que por ahí se andarán los sevillanos capillitas, que no consideran una modificación si les despellejasen supuestas tradiciones elevadas a sacrosantas, que no se las cambia ni un pontífice, por mucho que lo sea o lo diga. ¡Amos, anda, tocarnos la tradición!
¿Y qué fue lo de siempre, esa tradición…? Pues meramente la celebración de las estaciones y de los ciclos, despedida o bienvenida del tiempo agro‑ganadero, en puridad, de la vida. Y esto estuvo antes, mucho antes, que la calendarización del santoral cristiano triunfante. Los cambios estacionales, equinoccios, solsticios siempre fueron tenidos en cuenta y festejados y celebrados como había menester; no en vano todo dependía de los mismos. Incluso fueron dando origen a determinadas leyendas, ajustadas luego a aspectos mágico‑religiosos sobre la vida y la muerte, el nacimiento y la resurrección, divinidades que sucumbían; pero luego, tras el tránsito oscuro, emergían más fuertes y vencían a sus enemigos. En casi todas las civilizaciones conocidas, aparecieron estos fenómenos y se advierten similitudes y coincidencias, dentro de sus diversidades, pues surgieron de los mismos hechos observados y establecidos.
Al fin y al cabo, fuese bajo advocación sanjuanista o de otro santo, santa, Cristo o Virgen, o suceso del narrativo religioso, la Iglesia solo transfirió sus etiquetas a las celebraciones y fiestas de la noche de los tiempos. Fiestas dichas como paganas ‑en realidad religiosas también‑, que se mantuvieron bajo las impuestas nuevas titulaciones. En el fondo, lo mismo que la memoria colectiva de la especie (eso que se dice del fenotipo) no se puede borrar de un plumazo o con un decreto.
Así que llegó junio y avisó del cambio de estación y nos metió el calor de lleno. Y la Noche de San Juan como puerta de entrada al verano. El caloret.