Presentado por Manuel Almagro Chinchilla.
El tratado del artículo nos hace reflexionar: “Tradiciones que se pierden”, o quizá sea que se modifiquen, o que cambiaron las manifestaciones de los sentimientos, o que cambiaron los hábitos, o que ya no hay manifestaciones ni hábitos. O, lo peor de todo, que ya no haya sentimientos…
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El presbítero y poeta Marcos Hidalgo Sierra, en un artículo que tiene escrito en la desaparecida revista “Úbeda”, hablando de los lutos, dice de un articulista que, según él, dijo: «Ha comenzado a abrirse un poco la mano en cuestión de lutos». A lo que correspondía nuestro sacerdote: «No. Es todo lo contrario. Lo que ha comenzado es a cerrarse poco a poco el corazón del hombre moderno en materia de sentimentalidad y de sacrificio. Mi santa madre le guardó luto a mi padre más de cuarenta años y yo a mi hermano más de diez. Por mi madre, desaparecida en febrero, he llevado corbata negra y camisa blanca dieciocho días, o sea, hasta el funeral posterior al sepelio, porque así son ya las cosas y porque “no se ven corbatas negras”».
Aquello de don Marcos ocurría en 1953 y eran unos tiempos en los que la gente, por inmemorial tradición, seguía pensando que el luto era ineludible testimonio de sentimiento; pero, con él o sin él, se cometían los mismos desatinos y también se pecaba en todos los sentidos; pues, a mi juicio, el corazón no entiende nada más que de amor, de dolor y de odio. Y, sin deseo de desagradables impresiones entre los puritanos, pienso que, en muchos casos, el luto se ha mostrado y se muestra, en público, con la misma intención que enseñamos nuestra epidermis color “chicharrón”, para que sufran los envidiosos que no han podido costear la playa.
Hace un par de años que murió una anciana, llamada Juanita “la Pena”, que guardó luto riguroso toda su vida a su marido, muerto en 1958, en las obras de la vía férrea Baeza‑Utiel. Pero lo que no he llegado a saber es si el mote de mi paisana le venía por el óbito de su cónyuge, por capricho del pueblo, o porque su prenda de vestir preferida, negra como la noche, fue precisamente “la Pena”, un manto triste y feo que le llegaba hasta media pierna; mas esta forma de exteriorizar el dolor ha pasado a la historia como ya anunciaba Martín Abril en 1953 al decir: «Y la derogación del luto constituirá una gran revolución; una revolución alegre y en consonancia con la sinceridad del tiempo en que vamos a vivir». Vaticino al que, a la manera de Hidalgo Sierra, contestaba un escritor de moda ‑del que omito el nombre por no hacerle publicidad inmerecida‑, diciendo: «Claro que constituirá una revolución alegre, puesto que eso es lo que quiere con verdadero ardor la carcomida sociedad moderna».
Nos preguntamos a qué conduce vestirnos de negro cuando se nos muere un familiar; y hay quien piensa que conduce a mucho, sin creer que se puede sentir esa muerte sin necesidad de vestir de luto.
Sea el uniforme de soldado, el frac del novio, la sotana del cura, la toga del magistrado, el traje del torero, el disfraz del actor, la bata blanca del médico, las galas de la desposada o el mono del trabajador ‑según san Agustín‑, el tema es cumplir con el alma y no con el cuerpo. Pero, ¿quién se viste de rojo frente al cadáver de una madre?
(27‑03‑2000)