Juan Pasquau Guerrero

Presentado por Manuel Almagro Chinchilla.

Quien haya conocido y tratado a Ramón Quesada habrá descubierto que idolatraba a don Juan Pasquau. No lo conoció en el aula como maestro, como sí sucedió con casi todos nosotros, “safistas”; pero lo tuvo como tal en la vida cotidiana. Poco más podríamos decir nosotros de lo que le llegamos a conocer y de la sabiduría que le dio tiempo a derramar sobre nuestro conocimiento; que tampoco fue tanto, dada la profundidad de su cultura.

Ramón Quesada, con pleno conocimiento de causa, se aferró a su mundo y pudo explorar las facetas más desconocidas de su personalidad. Buenas muestras nos las expone en este artículo.

En este mismo mes, se han cumplido once años de la muerte de Juan Pasquau Guerrero. Aquejado de grave enfermedad, moría en la clínica Puerta de Hierro de Madrid, el 10 de junio de 1978. En este mismo día, por la tarde, llegaban sus restos a Úbeda, recibiendo cristiana sepultura en la tierra que tanto amó al día siguiente de su fallecimiento. Contaba sesenta años de edad y estaba en la madurez de su producción literaria.

De don Juan Pasquau, nunca estará todo dicho. Pasarán los años y las generaciones y su recuerdo será una herencia que, como la historia misma, irá de padres a hijos, siempre inolvidable, en todo tiempo viva. Porque Juan Pasquau, para las gentes de su pueblo y para las de Jaén, es ya parte de su historia. En su pensamiento, en su obra y en sus artículos, salidos de una pluma superdotada, privilegiada, está esta tierra de Jaén, como preocupación constante, su musa y su corazón. Del propio Jaén, la capital del Santo Reino, nos dejó dicho: «Yo, hace ya casi un mes (el Diario Jaén publicaba este artículo el 18 de octubre de 1975), paseaba ‑en un rato vacío‑ por el viejo Jaén, desde la calle Maestra al Arrabalejo, y pensaba si no me estaba mirando Jaén desde todos sus balcones. Jaén tiene un “dejo” de ironía, de sabiduría, que no se estrenó ayer ni anteayer. Jaén está de vuelta de toda presunción. A mí me resulta muy senequista».

Sin haberlo escrito todo, porque le faltó vida, Pasquau dijo de Úbeda, su pueblo, cosas maravillosas. Y las dijo enamorado, dominado por el influjo que sobre él ejercía: «Úbeda es serena; Úbeda aquieta». Es verdad lo de Úbeda para el reposo espiritual. Pero, atención al reposo que trae Úbeda: al contemplador, llena su alma de inquietudes. No, por Dios; no se descansa en Úbeda como se descansa en una hamaca. «No puede uno dormirse en Úbeda», escribía en Jaén en septiembre de 1974.

Las primeras colaboraciones de Juan Pasquau, como articulista, las encontramos en el periódico de Úbeda, La Provincia: “Sed de lágrimas” aparece el 11 de abril de 1936; y el 29 de mayo siguiente, “Exámenes”. A partir de entonces, envía sus trabajos, en los que nunca queda ausente la pincelada de su fe cristiana, al semanario Vida Nueva, al Diario Jaén, a Patria de Granada e Ideal. Su pluma, solicitada por otros diarios nacionales, se da a conocer y triunfa en Madrid, Blanco y Negro y ABC. El director de este último diría de él que estaba considerado dentro de los seis primeros escritores del prestigioso diario. Su último prólogo, para un libro, fue el que escribiera para Úbeda: Hombres y nombres, y el artículo con el que cerrara su carrera literaria y su vida, “Anima y ánimo”, llevado a la luz en el Diario Jaén, el 28 de mayo de 1978, o sea, menos de un mes antes de su muerte. En este artículo, que escribe ya hospitalizado en Madrid, Juan Pasquau nos habla del mundo, sin pensar que para él este está acabándose, pero que, al parecer, adivina. ¡Qué misterio! El hombre concierto (alma, cuerpo, espíritu) está llamando, diríamos a ejecutar su tocata, a pulsar su arpa. Finísima misión. Difícil. Dificilísima. Porque, casi sin fallar, aparece luego ruido.

En el prólogo para el libro A la busca del hombre perdido, que recoge parte de la producción literaria de Pasquau, su hijo Miguel, que ha conocido a su padre más que nadie, que con él ha compartido risas y lloros, noches y días y amor, dice que este no fue “escritor de provincias”. No fue un mero juglar de su entorno, ni un historiador nutrido de archivos… Hay una ideología en Juan Pasquau, inevitablemente. Pero no os apresuréis en definirla; no os lo apropiéis ni lo descalifiquéis rápidamente. Esperad y comprobad cómo no es fácil encuadrarlo aquí o allí…

No sé si alguna vez se me ha criticado que, con frecuencia, cite a Pasquau en mis artículos y ponga su nombre, sus frases, sus símiles y su léxico literario como arquetipo para otros temas que abordo. No importa. No me preocupa. Para hablar de Úbeda, y para escribir de Úbeda, es casi imprescindible acordarse del maestro, fuente que no se agota en todos los géneros literarios (filosofía, teología, arte, costumbres, amigos, crónica y crítica) vertidos sobre una ciudad tan diversa, tan estudiada, tan visitada, tan plena en todo y, sin embargo, tan “aquietada”.

Pasquau, como escritor, es indivisible, único hasta ahora en las letras de su ciudad. Es para Úbeda lo que sus torres y sus palacios; algo así como su duende bueno, su numen, su poesía, su musa… generoso; y su sugerencia, siempre.

De toda su creación literaria, un grupo de amigos, y su pueblo, están empeñados en recoger en varios libros todos sus artículos y sus epístolas. Por lo pronto y después de Temas de Jaén, que se edita en 1980, han aparecido los títulos A la búsqueda del hombre perdido y Tiempo ganado, editados respectivamente en 1987 y 1988. Tres obras que reúnen más de dos centenares de trabajos, escogidos de otros libros, diarios y revistas locales, provinciales y nacionales.

José Chamorro Lozano, mi caro amigo y cronista de la provincia, comenta de Juan Pasquau en el prólogo de Temas de Jaén, que este es el hombre encontrado. Encontrado a sí mismo, y valga el pleonasmo. Pero ese hombre “encontrado” es, amigos, el hombre ya perdido. Perdido, eso sí, en cuerpo, en materia, porque su espíritu y sus escritos, como les decía al principio, romperán todas las fronteras de los tiempos hasta la perennidad.

(13‑06‑1989)

 

almagromanuel@gmail.com

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