Por Mariano Valcárcel González.
Las encuestas son siempre muy relativas y sus resultados opinables, porque dependen de la forma de tratarlos (“la cocina”, se le dice) y de interpretarlos. Manipulables, en suma. El chiste aquel de los pollos que come al año un español y la reacción del pobre que no los come es un exponente, grueso, de la realidad del mundo de las encuestas, por muy asépticas y objetivas que se las quiera presentar.
Máxime, cuando el campo de trabajo que se ha consultado es bastante estrecho o definido, o no es amplio ni representativo de la sociedad general. Los muestreos suelen ser escasos por la incomodidad y el gasto que supone tener muchos encuestadores dispuestos a patearse campos y ciudades.