Un paseo por las huertas del “Mirador de San Lorenzo”, y 2

Alguien llama la atención sobre las variadas plantas que vamos observando y de modo especial la belladona (reventones, como la llamamos vulgarmente; o pistolas de dama, como se dice en francés), que es fotografiada por algunos excursionistas e incluso un amigo nos hace la demostración de su fuerza explosiva… También echamos fotos al carruécano (a muchos se les hace la boca agua: ¡qué rico está frito con aceite y ajos de nuestra tierra…!); y a otras plantas silvestres o a las propias huertanas que delatan sumo mimo.

Nos enseñan la Huerta del Matadero, que se encuentra bajo la fuente de la Saludeja, y que dejó de existir alrededor de 1950, con la alberca de las tripas, por donde salía un gran caudal de agua y el rebosadero. Se cambió aquí el matadero, permutándolo por las tenerías, en el siglo XIX; pues aquel provenía de la calle Rastro, cuyos vecinos habían protestado por el olor y la basura que provocaba al descender por el arrollo o saltadero hasta la Cava. Según me cuenta mi padre, iban su hermano y él, con una cuajadera, a por sangre de borrego que le daban por un real; y los matarifes se la servían caliente, recién salida del cuello del animal sacrificado…

Vemos ahora “Los baños de la Reina Mora” o “El charco de la Reina Mora”, por gentileza de su actual dueño. En ella nos refrescamos con su cristalina agua, descansando también un ratito a la sombra, junto a la pared… Atajamos para volver a nuestra ruta, gracias a un agricultor que nos enseña lo que era la puerta del matadero y su pared. 

La guía nos muestra la “Huerta del Matadero”, afirmando que es suelo no urbanizable de especial protección, que es un cortijo típico, hecho de cal con mortero, dos plantas, con vivienda para los dueños y los animales, y nos lo muestra mientras el público se cuestiona esta ley de ordenación urbana y se reafirma en lo buena que es esta asociación, pues debe servir para defender nuestro patrimonio y no hacer lo que han hecho con el hotel de cinco estrellas y otros palacios en la ciudad intramuros: que los han vaciado y no ha pasado nada, y nadie se ha movido para denunciarlo…

Ya avistamos las ruinas de San Juan Evangelista o San Juan de los Huertos (con el resto de su ábside del altar mayor, varios sillares de piedra diseminados y restos de su cementerio), que dejó de ser parroquia en el siglo XVIII, pasándole sus feligreses y pertenencias a San Lorenzo. La fotografiamos largamente, mientras nos enteramos de que su pila bautismal (de mármol blanco), actualmente, se encuentra en Santa María de los Reales Alcázares. Y sale a relucir quién es el dueño de esta huerta, que fue robado su santo y quién lo compró… Todo ello me trae a la memoria lo que decía mi abuela paterna, por boca de mi padre, recordando el canturreo de las gentes de las collaciones o barrios de estos lugares (y/o colindantes) que lo habían conocido lleno de esplendor y vida:

En San Juan de los Huertos tocan a misa,
todos los sanjuaneros van en camisa…

Por fin, llega el receso prometido. Hemos arribado a la Huerta de los Granadillos, que es donde se juntan los hortelanos para hacer sus reuniones y tertulias en una mesa improvisada y bien surtida; precisamente, bajo un laurel centenario, en el que se reúnen los agricultores amigos para festejar y dilucidar sus asuntos, como nosotros lo hacemos ahora. La organización nos tiene preparado un variado tentempié mañanero: pisto con calabacín, berenjenas, gazpacho andaluz, crema de calabacín, gajos de higos blancos y negros, pequeñas patatas cocidas, pimiento choricero, berenjenas en vinagre y con mucho comino, pipirrana… Todo ello regado con agua de botijo, que en el árbol anda colgado, o de la botellita que nos regalaron al principio, que ya está un tanto cálida…

A su término, un paseante y vecino del barrio toma la palabra para hacer un panegírico laudatorio y reivindicativo a los hortelanos y amigos de la Fundación Huerta de San Antonio y San Lorenzo, agradeciéndoles que nos muestren las huertas, el agua y el paisaje que gozamos; y argumentando que no debemos permitir que no se puedan restaurar estas huertas, pues los políticos deben hacer una normativa para toda la ciudad, tanto para el campo como para intramuros o extramuros, respetando este paisaje que, viniendo desde Granada, se nos presenta tan maravillosamente. Y anima a que nazcan proyectos que equilibren la Úbeda de arriba y la de abajo. Tras los aplausos de los paseantes, yo mismo doy las gracias y pido un nuevo aplauso por la exquisita y oportuna comida hortofrutícola que nos han ofrecido estos ejemplares hortelanos, por mediación de la Fundación Huerta de San Antonio. Y todos, agradecidamente, me hacen caso. Entonces verbalizo públicamente algunos de mis más íntimos pensamientos: «Hay que ver… Habiendo tenido tan cerca la ruta del colesterol y la de la huertas, el desconocimiento que teníamos de esta última, por lo que todos debemos contribuir a que no desaparezcan…». Hoy hemos bajado al corazón de la realidad de este mundo hortofrutícola, en el que se debaten estos jabatos hortelanos a los que, desde aquí, hago un canto enamorado pues, al fin y al cabo, fue el mundo de mi abuelo materno y de mis antepasados; y, en todo caso, de todos (o casi) los que aquí nos encontramos, si nos retrotraemos varias generaciones en nuestra propia historia familiar.

En nuestras conversaciones, mientras ascendemos, se llega a la conclusión de que ha merecido la pena este matinal y productivo paseo. Estaremos expectantes y esperanzados para ver si se organizan más y mejores paseos; incluso en otras épocas del año… Por el camino, un par de amigos nos cuentan su perspicaz sabiduría agrícola: el rosario de higos locos que ponían nuestros abuelos (a veces, abuelas) a las higueras que teníamos antiguamente en los corrales o huertos; pues, aunque creíamos que era una tradición ancestral sin fundamento, luego resultó que, en realidad, servía para polinizar las higueras; y lo que ocurrió con la higueras que se llevaron a América, donde los higos salían verdes y no maduraban, porque les faltaba los mosquitos o avispillas que los polinizaban. La gente que no lo sabía queda impresionada…

Luego, bien pasado el medio día, vamos a comprar mayoritariamente al improvisado mercado de la iglesia de San Lorenzo, con el fin de llevar para casa productos autóctonos que nos hagan redescubrir el sabor del terruño, rememorar el gusto ancestral de nuestros antepasados que, ante su aparente incultura, supieron legarnos estas joyas y nosotros las queremos mancillar, cual vil moneda, en aras de la modernidad mal entendida, como si nos estorbasen. Aprovechemos ahora la redescubierta agricultura ecológica, cuando comprobamos que las enfermedades cancerígenas van en progresión geométrica, principalmente por el nefasto modo de alimentación y vida que tenemos hoy en día, ya que hemos ido abandonando la fabulosa dieta mediterránea que nuestros mayores nos legaron…

Y, nuevamente, reflexiono lo que me declamaba mi padre sobre la profesión de hortelano (que es más dura de lo que parece…), aprendida de mi abuela:

La vida del hortelano
es muy triste de contar.
Almuerza pan y cebolla;
come cebolla y pan.
Y a la noche, si no hay olla,
más vale pan y cebolla
que acostarse sin cenar…

El cansancio se hizo apetito voraz en nuestros hogares y, tras reponer fuerzas conforme vaya pasando el tiempo, nos daremos cuenta de la fértil y productiva jornada que hemos echado un numeroso grupo de paseantes, amigos del agro y de las huertas, y con una encomiable filosofía vital: estar ávidos de ejercicio, sabiduría del terruño y con muchas ganas de pasar un buen rato…

Úbeda, 9 de agosto de 2014.

fsresa@gmail.com

Deja una respuesta