Desde que Antonio Muñoz Molina estuvo en Úbeda sabíamos, por Nicolás Berlanga Martínez, presidente de la “Fundación Huerto de San Antonio”, que se iban a realizar una serie de actividades lúdicas, culturales o reivindicativas para el fin de semana de la festividad de San Lorenzo (10 de agosto).
Y, como ansiaba dar una vuelta guiada por la cornisa sur ubetense, donde todavía resisten espartanamente unos pocos hortelanos con sus pegujales o huertas, me apunté de inmediato a los paseos guiados por las huertas del “Mirador de San Lorenzo”; y animé a amigos y vecinos para que pasasen una mañana de verano diferente, divirtiéndose y aprendiendo historia agrícola y local; hollando los mismos lares que nuestros antepasados laboraron (como mi abuelo materno, que también fue hortelano), y que vivieron de este medio de vida hasta que sus hijos o nietos abandonamos el agro por la ciudad, trocando las faenas agrícolas por las intelectuales, manuales o comerciales.
Una vez apuntado por teléfono, quedé citado a las diez menos cuarto, en la puerta de la antigua iglesia, en este soleado sábado de agosto (día 9), en el que la tradición y la propia experiencia nos recuerdan que es uno de los más calurosos del año en nuestra ciudad. Nuestro objetivo estaba claro: realizar una visita a algunas huertas (de dos horas de duración, que luego se alargó media hora más), adonde casi todos éramos conocidos, paisanos la mayoría, en la que nos divertimos y aprendimos cosas muy interesantes; además de concienciándonos de que este trozo de cielo hortícola, enclavado en la ladera sur de nuestra ciudad, es un lujo que podemos perder demasiado pronto (ya estamos a punto de hacerlo), si entre todos no echamos una mano para que esta ecológica agricultura perviva…
A la entrada de la iglesia de San Lorenzo, me topo con la agradable sorpresa de que tienen montado un mercado de productos autóctonos de nuestra huerta, que sirve para dar salida a los productos que aquí se cultivan, a unos precios asequibles, y para conocerlos mejor. ¿Quién se iba a resistir a comprarlos y, luego, saborearlos plácidamente en la cocina de su hogar? ¿Quién pensaría, a principios del siglo XX, que este centenario lugar sagrado sería mercado de abastos improvisado?
Para dar el paseo era preciso abonar 5 euros (que incluso pueden servir de rebaje porcentual en la próxima declaración de la renta, como donativo a esta entidad cultural). Y me encuentro con alguna que otra sorpresa más: que a todos nos dan un sombrero con cinta verde (quizá por aquello de que somos andaluces…), nuestra botellita de agua, el periódico IDEAL y un refrigerio al finalizar la visita.
Comenzamos, tras las fotos de rigor, puntualmente. Salimos, en fila o a mogollón, hacia la calle de los Hortelanos y la amable guía nos explica que allí se encontraba la puerta del portazgo (donde se pagaba por vender productos en nuestra ciudad), en la bocacalle de la callejuela inclinada que baja hacia la puerta de Granada; peaje similar a la alcabala, el fielato y/o el arbitrio. Mientras, están pasando varios coches que interrumpen las explicaciones de la guía… Descendemos, al fin, y nos ponemos delante del pilar de la Puerta de Graná (que es como se le conoce vulgarmente), donde nos explica que allí se encontraban las tenerías, con su cercana y abundante agua; por eso, a este lugar se le llamaba la Plaza de las Tenerías, adonde se curtían las pieles, y que se mantuvieron hasta el siglo XIX. Esta plaza también estaba protegida por una barbacana (de la que todavía quedan restos), que era donde estaba la primera puerta de Granada. El ruido de los coches sigue interrumpiendo la explicación de la guía… También aquí estaba el basurero y la mancebía de la calle Cotrina. A todos los que somos un tanto imaginativos, se nos aparece el cuadro exacto de la época que la guía nos está describiendo, no tan lejana en el tiempo, pues todavía mi padre (que aún vive) y no hace tanto mi suegra (que falleció recientemente) me hablaban frecuentemente de ella como lugar transitado en sus infantiles vidas…
Este manantial de agua que aquí brota es el que va a dar al Arroyo del Cañaveral y a las aguas de las huertas de la zona Este de Úbeda; y cuyos minados las hacen únicas en toda la Península Ibérica, porque constituían (y todavía constituyen) una especial y genuina forma de regadío; ya que, en el resto de huertas, el riego se hacía por acequias (como los árabes) y aquí el agua se reparte por minados y albercas…
Actualmente aún quedan varias fuentes en esta zona sur de Úbeda: Fuente de las Risas, Saludeja (otros la llaman Salobreja), Fuente Seca, Fuente de la Mandrona.
Entramos por la reformada calle Cotrina, que ahora se llama Camino del Granadillo, y somos advertidos por la guía de las vías pecuarias y caminos o cañadas reales que vamos a observar en nuestro paseo descendente (el Camino de Granada, el del Puente de Mazuecos o el Puente de la Reina), que desembocaban en las fuentes y puertas de la ciudad; por eso, los manantiales se protegían con corachas (murallas para defender el manantial). Y penetramos por entre las huertas, que antaño fueron los barrios de los San Juanes, y que están hechas de materiales de derribo… Alguno de los paseantes completa e incluso discrepa de las informaciones que nos proporciona nuestra amable guía. «Ahora, los huertas ‑nos aclara ella‑ no están vistosas, puesto que acaban de recoger los productos hortofrutícolas: patatas cebollas, higos…».
Hay excursionistas que no pueden ni quieren dejar la ocasión de coger higos de rondón mientras van caminando, aprovechando la guía para aclararnos que las higueras servían de linde o frontera entre las huertas y/o los caminos. Y sigue su explicación: «Los cultivos de temporada se cultivan en terrazas o tablas (como los árabes que regaban por acequias); pero aquí en Úbeda es diferente: hay 18 minados contabilizados, con piedra porosa que rezuma el agua que pasa a la alberca de cada tabla o huerta. Hay minados que llegan incluso a Santa María y en los que se puede incluso entrar de pie, pues miden 1,80 m de ancho por 3 m de alto; por ejemplo el de la Huerta del Santo. Posiblemente son de origen prerrománico; remodelados y ampliados en el siglo XVI y que se han conservado milagrosamente hasta hoy». Todos nos acercamos a ver una alberca con truchas que limpian el agua de algas, ovas y demás…
Nos enteramos de que estos productos hortofrutícolas, que aquí se obtienen, no pueden competir con los de los grandes almacenes o los que vienen de los invernaderos de Almería u otros lugares de España… Por eso, la generación joven no quiere seguir trabajando en el campo y va a ser un problema su mantenimiento, por lo que habrán de buscarse alternativas como el ecoturismo, proteger sus cultivos ecológicos…; en definitiva, echarle imaginación y cariño al asunto para salvarlo, para conseguir que este paisaje se conserve para futuras generaciones. Si, como se pretende, se instalase una depuradora por esos lares, se destruirían mil años de historia ubetense de un plumazo…
Se comenta que, por culpa del proyecto de urbanización de Úbeda, no se pueden restaurar las casas, ni reconstruirlas, ni hacer chalés…, puesto que las huertas están catalogadas. Lo que nace como defensa del entorno puede convertirse en cinturón ahogadizo que apriete y ahogue el escaso entramado de las huertas que aún perviven…
Uno de los excursionistas ilustra al grupo diciendo lo difícil que es seguir la pista de los nombres de los diferentes propietarios de las huertas, puesto que muchas veces seguían manteniendo el nombre de sus antiguos amos. Antaño era más fácil, pues todas eran de marqueses, duques o gente rica; y, por entonces, eran muy rentables, pues con su producción se mantenía a la población ubetense durante todo el año (siglo XVI); incluso llegaron a duplicarse las huertas, al doblarse la población ubetense, puesto que se abasteció a la ciudad únicamente con el producto agrícola autóctono…
Comenta la guía que, hasta no hace tanto, llegaban las huertas hasta la vía del tren Baeza-Utiel; hoy vemos lo mucho que ya se ha perdido, pues aquellas se trocaron en olivares, que eran (y son) más rentables; pero, al meter el tractor, se eliminan los minados y las huertas… Avistamos lo que fue una villa romana, que fotografiamos y admiramos, escuchando la explicaciones de la guía; y continuamos por Arroyo Cañaveral, pues según dicen los arqueólogos, aquí nació seguramente Úbeda, al igual que en la Era del Alcázar, donde se han encontrado semillas de legumbres y enterramientos prerrománicos, restos romanos y árabes, etc. Lo que ahora estamos visitando es una ciudad extramuros, pues vivía la gente junto a sus huertas: la historia siempre es interesante saberla e investigarla…
Mientras vamos bajando el camino, alguien comenta (con cierto desasosiego) que luego habrá que subirlo y el cansancio puede hacer mella… De los dieciocho minados catalogados nos topamos con uno, y se mete un valiente espeleólogo, al que nadie sigue, para explorar su interior y contarnos sus buenas impresiones… Hasta aquí llegamos. Ahora emprendemos la subida.