Camping. Recurso para poder irse de veraneo con los gastos tasados. Vacaciones de pobres, algo menos pobres que los que no podían ir de ninguna forma ni a ninguna parte.
Coche adaptado y a tirar de caravana… hasta que el vehículo aguante. Los primeros campistas eran, como en todo, extranjeros en su mayoría franceses. De ahí que los primeros españoles lanzados a esto fuesen los catalanes, o habitantes de Cataluña (que también, para qué vamos a negarlo, tenían más posibles), y ahí radicaban los mejores campings del estado.
Vivir en un camping no es fácil ni difícil, es… diferente. No todo el mundo sabe ni aguanta; o no a todo el mundo lo aguantan. Llevas la casa encima y estás en una continua precariedad de medios y, aunque te apañes con lo mínimo, a veces pretendes disponer de todo; por ello, los establecimientos fueron evolucionando y mejorando notablemente sus instalaciones. Hoy día ofertan servicios impensables para los arcaicos tiempos del turismo inicial.
Pero la base es la misma.
Hay campistas autónomos, van por libre y se sitúan donde pueden o se les permite (cada vez hay más áreas restringidas). Son ambulantes. Y también los que van más en precario. Cambian la comodidad por la libertad e independencia, aunque ya las caravanas y autocaravanas tienen más comodidades que algunos hogares. Los ves colocados en calas algo aisladas, en los extremos de las playas e incluso aparcados en zonas urbanas. Alzan su sombrajo y elevan la parabólica y ahí los ves, sentados como señores en su cortijo. Algunos portan bicicletas y practican rutas con ellas. Se supone que aman la naturaleza. Los que van por ahí con sus tiendas de campaña ya son escasos o muy jóvenes.
La tienda de campaña fue el inicio. Allá se iban por libre con la tienda; en el camping se propiciaba el intercambio muy intenso entre los vecinos, para las buenas y para las malas. Curioso, a veces se aguantaba más a los vecinos de acampada que a los propios familiares. Se hacen amistades para siempre y hasta se conciertan para coincidir en fechas concretas: tal es la dependencia.
En el inicio estaba la libertad.
La libertad de vivir sin obligaciones; pura ilusión. De hecho, el trabajo en el camping (especialmente para la mujer) es más intenso. Aunque en la familia estén muy concienciados de que todos han de aportarlo. El camping no es un hotel, aunque a veces se le vaya pareciendo. En sí depende de cómo uno se lo vaya tomando; que los hay (y las hay) que acá llegaron no para matarse a lavar, limpiar, arreglar o fregar.
Como se ha descrito, antaño había más precariedad y, según se tomase lo indicado, así se llevaba de una u otra forma la vacación. Al inicial espíritu de libertad se añade ahora el ecologista: la comunión con la naturaleza. También pura ilusión de interesada apariencia. Al menos y salvo excepciones, las acampadas suelen situarse en parajes no urbanos o de especial encanto natural.
El campista es un cofrade convencido. Si puede y mientras puede prefiere el camping a otra forma de veraneo. Se siente en su casa, pues la transporta consigo (o tiene ya su caravana anclada en el camping de toda su vida). Ya tiene sus manías y sus costumbres, sus objetos conocidos y personales, y eso le da seguridad. Ahora no será tan barato, pero sí más cómodo.
El campista avispado se sabe los mejores recintos y, dentro de cada recinto, los lugares mejores; que no es igual estar bajo zona arbolada y sombreada que caer en calvero achicharrado todo el día. Se sabe también las mejores horas de comedor o de duchas y hasta con qué compañeros jugarse las partidas de sobremesa. Los que roncan o tienen niños inquietos deben saber que pronto serán señalados como indeseables en la comunidad campista.
Las normas se suponen estrictas, aunque en esto como en todo hay relajamiento interesado por las partes contratantes. De todos modos, la convivencia, si no se regula, puede hacer insufrible la estancia (o forzarte a marchar antes de tiempo). En otros tiempos, solían aventurarse los más progres en aquello tan novedoso como avanzado que era el intercambio de parejas, moda de allende los Pirineos, indudablemente. Se hacía con cierta discreción, aunque a ojos avezados al cotilleo no les eran inadvertidos; se pasaban buenos ratos averiguando quién se había acostado con quien y las relaciones que se tenían. Ahora nadie se fija en nadie, a priori; pero las antiguas costumbres se mantienen. Así que es posible que al final del periodo vacacional se sepa en nuestro pueblo algún chisme del que se pueda sacar punta durante una larga temporada.
Nos hemos vuelto más cómodos o antes teníamos más posibles; y abandonose el campismo, pero la crisis nos hace volver la vista a tan añorada práctica.