Durante cinco meses (hasta finales de octubre) hubo dos o tres cabos en nuestro dormitorio (el número 5), hasta que fueron trasladados a otras cárceles o campos de trabajo. Entonces es cuando me eligieron unánimemente para ese cargo (que me duraría seis meses, hasta mi salida de la cárcel), habiéndome resistido cuanto pude, hasta que cedí, sacrificándome por la amistad que tenía con los principales del dormitorio.
Las obligaciones principales se referían a las revistas, limpieza y comidas. En lo referente a la primera, consistía en tener a todo el personal del dormitorio en perfecta formación hasta que llegaban los vigilantes para hacer la revista, sabiendo: el número de individuos del dormitorio; las altas y las bajas; los traspasos a otros departamentos o dormitorios; los que estaban acostados por estar enfermos y los que se encontraban en la enfermería; los ausentes por estar en otras oficinas o fuerza mayor; en definitiva, saber el número de personal presente o ausente, legítimamente justificado… En cuanto a la limpieza, el cabo estaba obligado a que se hiciese todos los días en el dormitorio (en invierno, una sola vez, por la mañana; en verano, mañana y tarde), nombrando el personal necesario, por riguroso orden, para que lavasen todos los pisos del dormitorio, galerías, retrete y lavabo. Si los encargados del dormitorio lo creían conveniente, se avisaba a los pintores que, con una pequeña retribución, blanqueaban las paredes. De este modo se conseguía tener una cierta higiene donde tantos seres humanos estábamos hacinados… En lo referente a la comida, simplemente ir a la cocina por la mañana para recoger el café o malta y repartirlo equitativamente; y, poco antes del mediodía, recoger el pan y distribuirlo entre mi gente.
Estar exento de todas las limpiezas generales y particulares, y de los servicios auxiliares de la cocina (pelar habas, patatas, etc.) o cosas similares, eran las ventajas que el cabo de dormitorio tenía.
También conllevaba sus malos ratos: como tener que acudir al jefe de servicio para que los vigilantes no metiesen más personal del que cabía o debía, o en condiciones pésimas de aseo, habiendo otros departamentos para hacerlo. Otro mal trago, que pasaba todas las noches, era cuando lo llamaban para dilucidar las disputas de los tres baldosines (60 cm.) que cada preso tenía derecho para extender su cama en el suelo…
Úbeda, 23 de julio de 2014.