Uno de los deportes más practicados en periodo veraniego, en especial el vacacional, es el de ir de compras.
No me refiero a las compras cotidianas y en la localidad habitual, no a las que responden al reclamo de las rebajas, cosa común en todas partes, sino a las compras realizadas en las zonas y localidades donde se pasa el veraneo. Porque forman también parte del programa vacacional o turístico que se adopte. Es inconcebible irse de vacaciones y no hacer por ahí algunas adquisiciones, al menos en un día.
Se justifican las mínimas compras por la necesidad de mercar regalos para quienes no vinieron con nosotros, para los que queremos (o debemos) tener algún detalle recíproco. Entonces nos obligamos a acudir a tiendas de suvenir u otras a mano para encontrar (más que buscar) algo que nos podamos llevar…
Cuando nos encontramos con la anterior obligación y ante tal tesitura es cuando puede que caigamos en el mayor de los peligros: el de comprar cualquier recuerdo turístico de los muchos que en esas tiendas hay, iguales realmente en todas partes de nuestra geografía (bueno, creo que nuestros queridos barceloneses han desterrado de sus chiringuitos de las ramblas todo lo que huela a typical spanish, prohibición que no creo se deba a iniciativa estética alguna), tan horteras. Los hay que adrede y con mala baba los adquieren solo por jorobar. ¡A ver qué hace uno con ese torico con banderillas “recuerdo de…”, si ya ni encima de la tele se puede poner!
En el calendario vacacional hay, necesariamente, unos días destinados a ir de compras. Si estamos en costa y el día no propicia el baño es jornada perfecta. Ya se ha explicado la necesidad de ir a los chiringuitos de productos típicos; también existe la necesidad de ir a los de artículos playeros. Lo normal es que ambos géneros coincidan en la misma tienda. La exploración es tremenda, aquí entro, de aquí salgo, aquí vuelvo porque en el otro o no hay lo que puede que quiera o es más caro… Aquí me encuentro un bolso oye, que es una chulada o un sombrero «pa que no se me queme el tarro» (y encima me parezca al Indiana Jones); además pareos, cinturones palilleros, sombrillas, petacas, banderitas y banderazas, chanclas, sacacorchos, mecheros, protectores solares, ¿condones…? ¡Qué más quiere usted! Pues, a pesar de ello, hay quienes, tras pasarse una jornada dando vueltas por las diferentes tiendas, no encuentran lo que buscan, si es que lo saben. Volverán al otro día. Yo creo que algunos de los vendedores ya se conocen las caras.
Más emocionante y más productivo tal vez es averiguar dónde y en qué día se celebra el mercadillo local y acudir al mismo (cosa de obligado cumplimiento), tal que hasta en los hoteles te lo indican. Sí, que mercadillo hay en todas partes, pero parece que eso de ir al de la localidad de veraneo es más interesante. Es una total experiencia, sobre todo porque se va más deshabillé, más sobrado de carnes y escaso de ropa; ahí pululan a sus anchas los mirones y sobre todo los sobones, que el apelotonamiento entre calles y puestos propicia su proliferación. Calor, moscas, sudor, gritos de los vendedores, olores, colores, guiris y nacionales, gitanos y payos, paquistaníes o morenos africanos, algún argentino… ¡Qué marabunta!, ¡pero cómo disfrutan algunos!, que no se lo perderían aunque en ese día se les ofreciese la mejor de las excursiones.
Este mercadillo se prolonga diariamente por los paseos marítimos, pero es más específico y pacífico. Abundan los puestos de artesanías y manualidades, cuadros y dibujos, chucherías y baratijas. Y se visitan de otra forma, como al sesgo o con indiferencia, pues la visita es un paseo mientras tomamos un buen cucurucho de helado. Tiene algo de estampa antigua ese paseo vespertino.
El más alto estadio de estas compras es el hacerlas en grandes centros comerciales. Imprescindible que exista como mínimo uno en los puntos turísticos más señeros; es reclamo seguro. Que sí, que sí, que esto existe en todos lados; pero, al igual que con los mercadillos, las grandes superficies tienen una extraña atracción en el veraneante. Que hay que hacerles al menos una visita. De todas formas y vestimentas se acude a ellas; desde ir casi como en la piscina a ponerse en plan de formar parte de una recepción real. Tiendas de moda sobre todo, ¡qué cosas se ven! Bolsas, muchas bolsas en las manos, gentes cargadas de bolsas, maridos o parejas cargadas de bolsas con caras de infinita paciencia.
Una visita, un paseo, una merienda (pa los nenes) en el centro comercial, una sensación de cierta libertad, de salir de la rutina, de poder hacer lo que a uno le plazca, de darse un capricho… Que lo que para unos es un gozo para otros, los menos, es mera rutina.