Diario de un aficionado cinéfilo, 18

Como hoy la oferta cultural en Úbeda es variada, y hace bastante frío, escaso y bien avenido público puebla la sala, siempre fiel a su afición al séptimo arte.

Andrés nos presenta el filme inglés El déspota del director David Lean (¡bravo por la traducción libre del título original!, Hobson’s Choice, 1953; aunque no está nada mal el título de la versión sudamericana: ¿Es papá el amo?), basado en una obra de teatro, cuyo guión (obra de David Lean, Norman Spencer y Wynyard Browne) es lo suficientemente atractivo como para despertar fácilmente el interés del espectador.

Y nuestro presentador lo hace de una forma concisa y cariñosa, dejando entrever que es una gran película, con una magistral interpretación de sus tres principales personales: Henry Horatio Hobson (Charles Laughton), padre y comerciante de zapatos; su hija mayor, Maggie (Brenda De Banzie): bella, inteligente y sagaz; y su esposo, Willie Mossop (John Mills), silencioso pero significativo personaje, que demuestra versatilidad y sensibilidad a partes iguales. Nos deja la miel en los labios al anunciarnos lo que Maggie se propone conseguir, con el déspota de su padre, porque quiere dejarla soltera. Henry es poseedor de un amplio catálogo de vicios: machista, misógino, borrachín, bocazas, algo tirano, rico y tan despótico que nunca tiene en cuenta la opinión de sus hijas, teniéndolas encerradas en casa mientras él anda de juerga con sus amigotes masones, quejándose siempre de lo injusta que es la vida tras su inoportuna viudez.

Filmada en blanco y negro, con un velocísimo diálogo escrito (que casi no da tiempo a leer) pues, según Andrés, el doblaje en español es nefasto; se proyecta en versión original. No obstante, se coge bien el meollo de la conversación y pueden disfrutarse los sustanciosos diálogos; aunque menos que las imágenes de los fotogramas con el Londres de primera y segunda clase. Incluso nuestro presentador compara al primer actor con Falstaff (de la ópera de Verdi) que, a pesar de sus muchos defectos o vicios, cae simpático; quizás por su bonachona expresión o porque es tan grueso que provoca simpatía.

Hay diversas escenas memorables por las que merece la pena visionarla: cuando vuelve borracho a su casa y sube las escaleras de un tirón; los graciosos momentos en los que padece delirium tremens; las escenas en las que se ve la luna en los charcos y el déspota cae al almacén de harina; la breve secuencia en la puerta de la catedral antes de la boda; o el travelling lateral que muestra cómo llega el confeti hasta la humilde morada del nuevo matrimonio…

Este filme tiene múltiples lecturas: el amor obligado de una hija a su dictatorial padre, siendo ella tan hábil, que termina (sorprendentemente) educándolo formal y sentimentalmente (como en Pigmalión y My fair Lady, pero al revés); las hermanas Vicky y Alice, meras figurantas de su hermana mayor; la descarnada conversación de borrachos que tiene lugar cuando Horatio Hobson va diciendo c por b la forma de ser y actuar de cada uno de sus amigachos y contertulios. (Ya sabemos el proverbio: «Los niños y los borrachos son los que siempre dicen la verdad»; el resto de los mortales, miente descaradamente…); la representación de la lucha del poder familiar e incluso la cuestión sobre la sucesión jerárquica de los patriarcas de familia en la Inglaterra de finales de siglo XIX; o la profundización en la importancia que tiene la educación y la cultura, con sustanciosos apuntes sobre la lucha de clases en la ciudad industrial de Salford de principios del siglo XX.

El comienzo de la película pretende introducirnos en un premeditado suspense: con la bota colgada en la puerta de la zapatería, simulando que alguien está colgado, y los movimientos y planos de la cámara que se van introduciendo lentamente en el negocio, fijándose despaciosamente en las botas, tomando hasta el ruido de las ramas y la tormenta que hay en esos momentos; y la llegada del primer actor, borracho… Igualmente, a su finalización, el director coloca en primer plano la bota, insistiendo en las imágenes que ya sugirió al principio. La compenetración entre el realizador y el músico Malcolm Arnold es encomiable.

Por todo ello, los cinéfilos presentes terminamos dando un cálido aplauso, en agradecimiento al buen sabor de boca dejado por esta adaptada obra teatral de Harold Brighouse, ambientada en 1890, hecha cine de categoría; pues no es fácil compaginar toques de comedia dentro de un drama…

Úbeda, 12 de diciembre de 2013.

 

fsresa@gmail.com

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