Nuestros vigilantes (en la cárcel) eran sujetos vulgares, puestos por sindicatos y partidos políticos, que tenían animadversión a toda práctica piadosa y perseguían cualquier ejercicio religioso; siendo ellos (paradójicamente) los más vigilados… Por eso, era necesario tener mucha cautela y vigilancia. Así, el santo rosario empezó rezándose en común en todos los dormitorios pero, por amenazas e imposiciones de los vigilantillos de turno, tuvo que realizarse individualmente; hasta que más adelante, con nuestra propia contra vigilancia, volvió a hacerse como al principio… La confesión era más fácil: se podía hacer en las celdas habilitadas para ello, en dormitorios, departamentos o galerías e incluso paseando por los patios como si fuese una sencilla conversación.
Otra de sus manías era el cacheo o registro. Como sabían que había muchas navajas y cortaplumas (pues raro era el preso que no las tuviese), registraban individuos, dormitorios y jergones, quedando perplejos porque no aparecía nada. Alguna vez vieron (nuestros vigilantes) que en el patio estaba la navaja en manos de un preso y no dieron con ella pues, cuando quisieron averiguarlo, ya había pasado a otro patio, puesto que los presos sabíamos cuándo se iban a producir los registros…
Es de agradecer, a los jefes y oficiales de las prisiones, su correcto comportamiento en los registros, vejámenes y persecuciones que hubimos de sufrir allí, puesto que fueron los vigilantes los causantes de todo, ya que eran meras correas de transmisión de sus sindicatos y partidos políticos.
Otro detalle de nuestra vida carcelaria eran las visitas que llegaban. Unas fueron las de los delegados de la Cruz Roja Internacional. Entonces nos tenían una hora formados en el patio para que, cuando se asomasen, nos echaran una olímpica mirada de desprecio, diciendo, al marcharse, lo bien que nos daban de comer y el correcto trato que recibíamos… ¡Qué hipócritas!, cuando ni siquiera se habían asomado a la cocina para comprobar que se estaban cociendo unas pocas lentejas llenas de barro y piedras. Y encima, el mundo democrático se admiraba de lo bien tratados que eran los presos políticos y gubernativos por el Estado rojo… ¡Cosas veredes, Mío Cid…!
Y otras visitas destacadas fueron: la del Director general de prisiones, Vicente Sol, que ni siquiera dijo una palabra; las del Gobernador y Presidente de la Audiencia, que siempre se portó muy bien con nosotros, pues nos prohibió salir de la cárcel durante la noche, sin su permiso autorizado, pues sabía que estábamos más seguros en ella; las del médico nombrado de fuera, que todos los días nos visitaba; pero quienes tenían más mérito eran los médicos reclusos, que siempre fueron dignos de admiración, al estar atendiendo con sumo cariño, día y noche, a sus compañeros enfermos…
Úbeda, 20 de junio de 2014.