Nuestros vigilantes (en la cárcel) eran sujetos vulgares, puestos por sindicatos y partidos políticos, que tenían animadversión a toda práctica piadosa y perseguían cualquier ejercicio religioso; siendo ellos (paradójicamente) los más vigilados… Por eso, era necesario tener mucha cautela y vigilancia. Así, el santo rosario empezó rezándose en común en todos los dormitorios pero, por amenazas e imposiciones de los vigilantillos de turno, tuvo que realizarse individualmente; hasta que más adelante, con nuestra propia contra vigilancia, volvió a hacerse como al principio… La confesión era más fácil: se podía hacer en las celdas habilitadas para ello, en dormitorios, departamentos o galerías e incluso paseando por los patios como si fuese una sencilla conversación.