El juego de las diferencias

Dicen que Messi anda vomitando con frecuencia y que no conocen las causas. A mí me entran esas mismas ganas y sí que me las conozco.

Hace unos días me entraron náuseas ante esas imágenes tan repetidas en todos los medios de la chica que apalea a placer a otra pobre e indefensa (o incapaz de defenderse). Miradas o grabadas por otras. Para elevarlas a la red. Repugnante.

Luego vienen las interpretaciones y hasta las exculpaciones: que si la edad, que si conducta problemática o inadaptación social, que si… ¡Venga ya! En estos casos, ya va siendo hora de evitar los paños calientes, hora de mojarse, hora de meterse bien hondo, en la mierda en que hemos convertido nuestra sociedad.

Hay lodo, mierda y podredumbre.

Se falla en lo más básico. De forma amable indiqué que constituimos un país de enchufados; y sí, estamos sembrados en el terreno de la mamandurria (no únicamente la que tendenciosamente y, a veces, hasta injustamente nos indican esos animadores llamados Losantos o Aguirre), sino también la de los suyos y próxima a ellos, la superchería, la inversión de la norma que lleva a la inversión de los deberes por los derechos y al descrédito absoluto de aquéllos.

La pillería por encima de toda ley y la ley como justificante de la pillería. Esto está mamado: va impreso en nuestras actuaciones y formas. Hoy día la ética mínima y la moral como referencia ciudadana es, simplemente, para crédulos o tontos. Los listos se andan a otras cosas.

¿Y qué tiene que ver lo primero escrito con todo esto…? Mucho.

Faltando los referentes, las normas aceptadas y claras, vividas y queridas como normas que son de todos y para todos, que son garantes de convivencia, que son bases del desarrollo democrático y de la salud social, faltando esos marcos referenciales, vivos porque se aprenden y aprecian, se asimilan y se cumplen, faltando lo que es el alma de una sociedad limpia, falta todo y, por el contrario, puede permitirse todo.

Pero, claro, para que lo anterior no falte, hace falta tenerlo; o, si no se tiene, adquirirlo y luego extenderlo, afianzarlo, imponerlo y practicarlo. Y protegerlo con todos los medios al alcance, con los medios de que una sociedad tiene que dotarse para sobrevivir en libertad y democracia. Uno de esos medios, si no el más importante, es el de la educación cívica.

Educación cívica que, como toda educación, empieza desde el seno familiar. Desde este seno está fallando ya hace tiempo y mucho. Porque es como pescadilla que se muerde la cola: que si los padres no fueron formados ¿cómo podrán formar a sus hijos…? Falla la formación ciudadana, porque no se le ha dado nunca importancia o porque se ha confundido con adoctrinamiento político o religioso. La formación ciudadana no es ninguna de las dos cosas anteriores. Pero, en nuestra España, se ha preferido siempre una supuesta formación religiosa, muchas de las veces mera cascarilla formal o de incomprensibles dogmas, junto a normas éticas, basadas más en el tema del pecado (y el castigo) que en la necesidad explícita de las mismas; ahora se opta por volver a eso desde el gobierno.

Recuerdo aquello del aprendizaje del catecismo, de memoria y como loros, que para nosotros era totalmente incomprensible (base de esta supuesta enseñanza religiosa); y también eso de la formación del espíritu nacional basada en los rancios símbolos y recuerdos de los vencedores de una incivil guerra… ¿Dónde el significado de ser ciudadano, de considerarse como tal?, ¿dónde el sentido de la convivencia, del esfuerzo en común, de la corresponsabilidad de todos en lo de todos? Entiendo que, en tiempo de dictadura, esto así no pudiese desarrollarse, pues, al fin y al cabo, uno era un mero número funcionando tal y como desde arriba se decidía. ¿Cómo, pues, pedirme responsabilidad en lo que no era fruto de mi decisión? Se perdieron generaciones enteras en estos largos años; pero, llegado el cambio, ¿por qué se continuó en el analfabetismo cívico? Por inercia y comodidad, por la influencia eclesial y por conveniencia política.

Yo no digo que esta violencia explícita (doméstica o de género, escolar, social) se hubiese erradicado totalmente (no soy utópico), no es eso; pero estoy seguro de que una buena, continuada y bien diseñada educación cívica, desde los peldaños más bajos de la enseñanza, hubiese logrado que el panorama actual fuese diferente.

Atajar estas conductas indeseables y potencialmente criminales es necesario; atajarlas en sus inicios, cuando empiezan a manifestarse, dejándose ya de paños calientes, informes ambiguos, justificaciones que ocultan la falta de voluntad de enfrentarse a ellas, incluso la cobardía o permisividad de quienes más están obligados a no consentirlas. Y si, por ejemplo, los padres no están dispuestos a colaborar con la corrección necesaria (si es que ellos mismos no son los inductores), caiga la corrección directa y principalmente sobre ellos.

A falta de un espíritu ciudadano eficiente, ¿qué es lo que esperamos? Faltos de una concienciación de lo público como bien y como cosa común (que a todos nos es deber cuidar y también poder utilizar), ¿por qué nos asombramos de lo que sucede? Esa cría verá de lo más natural dar una paliza a otra, como ese político sinvergüenza ve de lo más normal llevárselo calentito a Suiza… ¿Dónde está en verdad la diferencia?

marianovalcarcel51@gmail.com

Autor: Mariano Valcárcel González

Decir que entré en SAFA Úbeda a los 4 años y salí a los 19 ya es bastante. Que terminé Magisterio en el 70 me identifica con una promoción concreta, así como que pasé también por FP - delineación. Y luego de cabeza al trabajo del que me jubilé en el 2011. Maestro de escuela, sí.

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