Al llegar al Gobierno Civil, me hacen pasar a las oficinas de la Jefatura de inspección de policía que se encuentran a la izquierda. El inspector entra y examina mis papeles, mientras que los empleados hacen un “recibo de preso” para acreditar (al alcalde de Jódar) que los dos guardias (que ya se marchan) me han entregado sano y salvo…
Los empleados y un policía secreto me tomaron declaración. Yo les dije lo que me pareció mejor y mi nombre ficticio (Miguel Arregui Zelayeta), ante las preguntas que me hicieron; para ellos, era uno más de los muchos que pasaban a diario por allí… Me llevan hasta la Prevención de Seguridad, que se encuentra en la parte derecha del amplio patio. El oficial hace mi ficha y yo paso a los calabozos, temiendo que fueran como el de Jódar; pero no tenían punto de comparación: eran tres habitaciones pequeñas, pero limpias, con un corredor y un retrete al fondo, bien aseado todo… De día, las puertas permanecían abiertas y se podía pasear por el estrecho corredor; de noche era cuando se cerraban… Unas veces estábamos más holgados que otras… Quien quería (y podía) llevar colchón o mantas, así lo hacía; yo, como nada tenía, con nada pasé los cincuenta días que permanecí allí, durmiendo en un poyo de cemento (más frío que el hielo), sin nada con lo que arroparme; solamente ponía el respaldo de la silla como almohada… Tampoco pude cambiarme de ropa ni limpiarla y me levantaba entumecido y lleno de frío… Comprobando que nadie se acordaba de mí, le recordé mi caso a un policía de investigación, respondiéndome que ya vería; pero pasaban los días y nada… ¡Si aquello hubiese durado más, perezco de asco y miseria…!
En cuanto a la manutención, era tanto o peor: allí no facilitaban comida ni medios para ello; solo mis escasos dineros servían para comprarla… Por eso, hacía una alimentación frugal: un poco de pan y naranjas, tanto al medio día como a la noche; algunos huevos y algo de queso, de vez en cuando… Eran los familiares de los presos lo que suministraban las viandas…
Como cada vez tenía menos pesetas (pues, alguna vez, hube de encargar en una fonda cercana lo imprescindible para sustentarme), empecé a pasar hambre, pues había días enteros que no comía… Por ello, sentí hambre y debilidad: la tierra me parecía dar vueltas ante mis ojos y me costaba tenerme en pie…; por lo que hablé (nuevamente) con el policía de investigación para que activasen mi caso; aunque me dijo que sí, todavía estoy esperando su solución… ¡Valiente fresco!
Habiendo pasado cincuenta días en este lugar y en este lamentable estado (donde apenas comía ni tenía esperanzas de que mejorase mi situación), volví a llamar al oficial de guardia y le expuse mi situación, pidiéndole que me llevasen a la cárcel, pues al menos allí daban comida y no me moriría de hambre… Ese mismo día, me avisaron que, al anochecer, me bajarían a la cárcel. ¡Bendita la hora…!
Úbeda, 3 de noviembre de 2013.