Diario de un aficionado cinéfilo, 11

Esta tarde de miércoles (que no jueves, como es costumbre) ha sido la elegida por el tiempo meteorológico para brindarnos un día de lluvia, que tanto estábamos esperando, y por la amabilidad de Andrés y Juan para poder disfrutar del segundo romance del ciclo “Parejas de cine”: Sabrina (1954). Película estadounidense dirigida por Billy Wilder, con guión del mismo y Ernest Lehman, y basada en la comedia de Sabrina Fair (1953), de Samuel A. Taylor, que recomiendo encarecidamente…

 

La he visionado con fruición, apreciando cómo una jovencísima y estilizada Sabrina (Audrey Hepburn) anda (desde niña) locamente enamorada del joven David Larrabee (William Holden); aunque será su hermano mayor Linus (Humphrey Bogart) quien nos sorprenderá… Ella es hija única de Thomas, viudo inglés, que trabaja como chófer de una acaudalada familia de Long Island. Tras estudiar dos años en París, todos se enamoran de ella… Es una historia con visos del famoso cuento de hadas “La Cenicienta”, en donde se produce un imprevisible deslizamiento amoroso… Se rodó en exteriores de Long Island (New York City), los platós de Paramount Studios (Hollywood) y en París. Fue nominada a seis Oscar, ganando  solamente uno (en vestuario); además obtuvo otros premios.

Wilder construye una obra admirable mediante unos excelentes diálogos con interpretaciones brillantes, mezclando un humor natural lleno de fina y sutil ironía con una buena definición de caracteres. (Divertidísimo es el personaje del padre Larrabee con sus frases memorables…). Critica muchas cosas: la compra de voluntades; el clasismo social; el servilismo de las secretarias y la reiteración de sus saludos; la indolencia; el autoritarismo del padre Larrabee; los rígidos horarios laborales; la sumisión del Consejo de Administración; los periodistas; las clases de cocina, los modernos aparatos electrodomésticos… Hace gala de su afición a los coches (de época y modernos), a las secuencias de coches a la carrera, a los grandes viajes, etc.

Uno de los atractivos de este film es el duelo interpretativo entre William Holden y Humphrey Bogart. Audrey Hepburn, con 22 años, realiza una exquisita interpretación, que la consagra como gran actriz. Su vestuario, realizado por Givenchy, marca el inicio de una prolongada colaboración entre ambos y la convierte en una princesa etérea que consigue enamorar en cada escena. Wilder y Bogart no volvieron a colaborar…

La fotografía, de Charles Lang Jr., realiza suaves movimientos de cámara con atenuados “zooms” de aproximación y encuadres a cámara fija, añadiendo algunos planos contrapicados espectaculares y creando lances de comicidad visual. La música, de Frederick Hollander, aporta composiciones originales, ligeras y románticas, y de adaptaciones y arreglos, añadiendo cuatro canciones: las dos que canta Hepburn (“La vie en rose” y “Yes! We have no bananas”) y los temas “Love” y “Isn’t in romantic”.

Esta cinta cinematográfica es una continuada cadencia donde los equívocos entre el frívolo playboy David (William Holden) y su, hermético y adusto, hermano Linus (Humphrey Bogart), conforman un imantado campo de amor provocado por Sabrina, que luce su singular belleza, con esos ojazos y esa cinturita de avispa, enfundándose en esos modelitos que hace añorar en el espectador un amor (casi) imposible entre una jovencísima mujer y un más que maduro galán: demostrando, una vez más, que el amor no tiene fronteras (al menos en el cine, y seguramente que tampoco en una valiente vida real); y que todo acabará como nunca se pensó que lo hiciera: como si ambos hermanos hubiesen tomado una pócima mágica preparada por el real encantamiento de la Hepburn… La siempre elegante y perfecta Audrey Hepburn, que está simplemente maravillosa, llenando la pantalla cada vez que aparece. Audrey, como la otra Hepburn, Katharine, siempre será inimitable.

Se comprende que sea un filme para todos los públicos, pues no tiene escenas escabrosas, mas sí varios mensajes sublimadores: el amor es lo más importante en la vida; tener a alguien que te ama es sentirse en el mismísimo cielo; puedes enamorarte de una persona equivocada mientras otra (más cercana) está más que colada por ti y ni te enteras; hace ver que muchas veces se pisotea a la gente, sin tener en cuenta sus sentimientos, por el beneficio propio, aunque siempre debemos albergar la esperanza de que el ser humano supere al poder y al dinero.

Qué bonito es el mundo del cine (cual fábrica de sueños), cuando te hace pasar casi dos horas (113 minutos exactamente), gozando de esas imágenes en blanco y negro, donde aparece el siempre intrigante embrujo de la ciudad de París, su enternecedora y sempiterna música de acordeón, los consejos que Sabrina da a Linus en su futuro viaje a la capital francesa: «Tener una chica al lado y no llevar paraguas»; y el impactante y, a la vez, frío mundo financiero de los rascacielos de Nueva York…; todo muy a lo Billy Wilder, que sabe transformar una comedia en un guión cinematográfico, donde el auténtico amor triunfará por encima de todos los obstáculos humanos que se encuentre, por más que la lógica diga que cada cual debe permanecer en su estamento social: la vida hay que tomársela con atrevimiento y libertad en todos los sentidos, menos en el de hacer el mal…

Audrey Hepburn había encandilado al mundo desde una candidez semejante en Vacaciones en Roma, pero aquí seduce y convence desde el talento de una mujer incomparable y una actriz más grande que el amor. Es posible que el personaje de Sabrina la dejase sumida en una tristeza de pobre niña rica, de la que nunca se desembarazó, a pesar de sus matrimonios, hasta morir de cáncer a los sesenta y cuatro años. Había dado mucho dinero a obras benéficas y había representado a UNICEF en una ruta por las miserias de los niños más pobres y enfermos del mundo. Fue Spielberg quien la tuvo ante las cámaras por última vez en Always, donde hacía de ángel. Así se despidió del mundo, aunque había dejado joyas cinematográficas inigualables: Sabrina, Historia de una monja, Charada, Guerra y paz, Desayuno con diamantes, Los que no perdonan, Dos en la carretera, Robin y Marian, Todos rieron

Sabrina alienta una desbordada imaginación con infinidad de sueños: como el vivido en esta tarde otoñal, cuando la lluvia se ha asomado al ancho ventanal de nuestra ciudad, queriendo remedar su idílico romanticismo… ¡Nunca es tarde para descubrir el verdadero amor…!

Úbeda, 23 de octubre de 2013.

 

fsresa@gmail.com

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