Diario de un aficionado cinéfilo, 10

Comenzamos el curso cinematográfico 2013‑14 el 17 de octubre (tras las vacaciones veraniegas y la feria de San Miguel), en este jueves ansiado, cual si fuese el primer día de curso de un alumno aventajado que quiere volver a sus actividades escolares cotidianas y codearse con sus antiguos amigos de clase… Con una flamante programación y una nueva andadura, nuestros incondicionales mentores del Cineclub El Ambigú han sabido y querido aglutinar en un nuevo ciclo (de lujo) buenas y añoradas películas de las décadas de los 40, 50 y 60 del siglo pasado (que, además de contar tiernas y simpáticas historias, nos sorprenderán y motivarán); en las que el cine alcanzó cotas muy loables…

 

Con el primer ciclo “Parejas de cine”, inauguramos el curso. Y fue con el filme Tú y yo (1957), o “Un affaire para recordar” (me gusta más la traducción), protagonizado por dos grandes de la gran pantalla: Cary Grant y Deborah Kerr. La tarde se mostró dulcemente otoñal (cual primavera reverdecida) y la temprana hora de comienzo (las 19:30 h) agrupó a los incondicionales de siempre (más féminas que varones), que nos dimos cita para comenzar a degustar el dulce melón de las aventuras amorosas que tan certeramente, Andrés y Juan, han sabido escoger. Siempre lo he dicho, y no me cansaré de repetirlo: la mejor vida que yo conozco es la de pareja, si hay mutuo amor, entendimiento y respeto, si no, la convivencia será más que infernal; salvando siempre los escollos que toda relación humana conlleva, y más si es íntima, sistemática y duradera. Creo que este ciclo nos brindará un caleidoscópico firmamento de las distintas formas y maneras de enamorarse, vistas desde prismas y épocas diferentes; y cómo perdurarán en el tiempo y en el intento…

Cary Grant y Deborah Kerr interpretan su doble y magistral papel; aunque los espectadores de ese día tuviésemos mala suerte con el doblaje en español, puesto que las conversaciones no se oyeron tan perfectamente como las canciones en el original inglés; por eso, cada día, me ratifico más en visionar las películas en Versión Original, aunque haya que leer sus subtítulos…

Al principio, la película me pareció un tanto sosa, hasta que fue cogiendo ritmo y dinamismo, al igual que el enamoramiento de los protagonistas, que fue avanzando (e incrementándose) como el crucero de lujo que los llevaría a New York (NY), lugar de encuentro/despedida; y eso que los dos estaban comprometidos… Lo bonito (y romántico, a su vez) es que el espectador calibre si ese amor será el verdadero o estarán (los protagonistas) embarrancando en un nuevo y falso enamoramiento…

La película comienza igual que acaba: con un primer plano del Central Park nevado, con la gran mole del Empire State Building al fondo… Todo muy sugerente, sobre todo cuando se ha visionado entera y entonces se comprenden las imágenes iniciales y finales, que son el testigo icónico del soberbio amor que los protagonistas se profesan… La secuencia final exhibe un lirismo y una sensibilidad admirables.

Este clásico melodrama romántico fue dirigido por Leo McCarey y es un remake (‘nueva versión’, a color) del realizado (dieciocho años antes) bajo el título “Love Affair” (1939), con Irenne Dunne y Charles Boyer. Volvió a hacerse otro remake o adaptación (en 1993) con Meg Ryan y Tom Hanks en “Algo para recordar”. Escrito por Delmer Daves, Donald O. Stewart y Leo McCarey, desarrolla un argumento original de Leo McCarey y Mildred Cram. Se rueda en escenarios naturales de Villefranche‑sur‑Mer (Alpes Marítimos, Francia), NY y en los platós de Fox Studios. La acción dramática tiene lugar a bordo del trasatlántico “Constitution”, en uno de sus viajes de Europa a EE. UU., en unas imaginarias islas atlánticas francesas, en NY y en Boston.

Su sinopsis. El conocido playboy, Nickie Ferrante (Cary Grant), viaja en el mismo trasatlántico que la joven Terry McKay (Deborah Kerr). Al conocerse y entablar amistad, protagonizan un fulminante amor a primera vista. Ambos viajan para reunirse con sus respectivas parejas. Él, para casarse con una rica heredera norteamericana, Louis Clark (Neva Patterson); y ella, para reunirse con su amante, el empresario Kenneth Bradley (Richard Denning). Él es culto, simpático e ingenioso; y posee un espíritu sensible y enamoradizo que oculta bajo una máscara de superficialidad y frialdad. Ella es ingeniosa, elegante, alegre y guapa. Ambos disponen de un sutil sentido del humor. El director va desarrollando (pausadamente) un relato que sobresale por su equilibrio, finura, delicadeza y sentido del drama. Y, sin caer en sentimentalismos superficiales y vanos, sabe imprimir un difícil equilibrio entre comedia y melodrama.

El filme tiene grandes aciertos: tratar con cariño a los ancianos y a los niños; proponer  un trato no discriminatorio a las personas discapacitadas, que merecen una vida en la que puedan desarrollar plenamente sus facultades y capacidades; apostar por la generosidad del amor verdadero, que, además, es sacrificado y sin límites, ni barreras, ni condiciones; abordar de manera inocua y puritana el tema de la infidelidad, presentando a un amor verdadero que nace en terreno prohibido; saber sobrellevar los avatares del destino que ponen a prueba la resistencia de los sentimientos… Hay, además, huellas palpables que servirán para descubrir si se consolidará una buena relación de pareja: fidelidad; complicidad; encuentro continuado hasta llegar a NY; atracción física y psíquica, un algo especial que hace que ambos queden muy enamorados y con futura cita de matrimonio (a los seis meses), que el tiempo y la fatalidad pondrían desbaratar… Yo destacaría, por su profundidad, agitación y proyección sentimental, dos momentos: la espera en el piso 102 del Empire State Building y la escena final; aunque decae un tanto el interés a lo largo de la segunda mitad, cuando se alarga el intercalado de canciones…; y que los besos y muestras de cariño son comedidos y sugerentes, así como la misma relación en el barco, sin la contundencia y, muchas veces, la zafiedad de mostrarlo todo de la forma más abierta, grosera y animal posible…

Es, en definitiva, un cine en estado puro, con unas soberbias interpretaciones, una brillante dirección y unos diálogos excepcionales de variado calibre: melancólicos, ácidos, pesimistas, irónicos…; sazonado (todo él) con un romanticismo lento y delicado… Y con cuatro nominaciones al Oscar, que lo avalan: mejor fotografía, música, canción y vestuario. Representa un romance de los años dorados de Hollywood, de los que surgen en mitad de un ambiente idílico y en las circunstancias menos propicias, en el que dos extraños parecen hechos el uno para el otro, mediante una química inexplicable… Y es toda una prueba histórica de lo que era el modelo general de parejas enamoradas en el mundo occidental a mediados del siglo XX (aunque, hoy en día, a los adolescentes esto les parezca increíble): hombre y mujer, de más de cuarenta años, enamorados locamente… Entonces, aún no era muy bien visto presentar historias de amor entre adolescentes. Lo que vendía y estaba dentro de los cánones aceptables por el público eran los amores maduros; es decir, todo lo contrario de hoy en día. ¡Las buenas películas son atemporales, y pase el tiempo que pase, siguen siendo maravillosas!

Hubo entre el público un afloramiento lagrimal espontáneo por el (in)esperado final que contentó, a medias, al personal más exigente. Lágrimas que no sé si serían de tristeza, de alegría, de emoción… La salida del Hospital de Santiago fue un tanto atormentada, porque algunas féminas creyeron que se podrían quedar encerradas en este inmenso edificio, tan lleno de historia; no queriendo ser protagonistas de nocturnas elucubraciones terroríficas…

¡Qué bonita es la vida del ser humano si encuentra un auténtico y verdadero amor con el que caminar (juntos) por su tortuosa senda…!

Úbeda, 22 de octubre de 2013.

 

fsresa@gmail.com

Deja una respuesta