28. ¡Detenido!

En la tarde del Sábado Santo (27 de marzo de 1937), reanudo la marcha hacia Bélmez de la Moraleda, después de haber estado todo el día descansando; entonces, me encuentro a algunos labradores que vuelven de sus faenas agrícolas…; y a un peón caminero, que se me acerca para preguntarme hacia dónde voy y si tengo salvoconducto… Al decirle mi destino y expresarle la creencia de que ese documento no me sería necesario, me detiene, identificándose como empleado del estado.

Al intentar persuadirle (por dos veces) de que me dejase marchar, pues tenía un asunto urgente que resolver, me contesta negativamente; y, además, me dice que tenemos que volver a Jódar (¡con el miedo que yo le tenía a ese pueblo y con todo lo que había hecho para esquivarlo…!), para pedir permiso a la autoridad: si continuar o no. Al estar armado y responderme que quizás podía serme beneficioso volver atrás, no tengo más remedio que aceptarlo; pensando que ésa sea la voluntad de Dios, poniéndome en sus divinas manos… Por el camino, me encomiendo a la Virgen del Perpetuo Socorro, acudiendo a ella con tantas veras…, pues comprendo que estaba en peligro; pero tenía la seguridad de que no me matarían…

Estábamos a cuatro o cinco kilómetros de Jódar y, por el camino, se nos van acercando algunos campesinos que volvían de sus tareas y que preguntaban a mi guardián quién era yo. Unos, al enterarse, se callaban; otros, mostrando sus instintos y fiereza soltaban improperios contra mí, pues pensaban que habían atrapado a un fascista… Mientras tanto, mi carcelero ha enviado a un joven para que se adelante y avise al inspector‑jefe de policía, y envíe varios números para llevarme a su presencia… Cerca del pueblo, observamos que ya venían los agentes de la autoridad; además, había bastante gente esperándonos, pues sabían que habían cogido a un fascista, al que querían ver y matar; como hicieron con otro, el día anterior, arrojándolo al río…

Ya en el pueblo, me llevaron al ayuntamiento y me instalaron en una habitación cercana a la entrada. Allí se congregaron mucha gente y los agentes municipales. Todos esperábamos al inspector-jefe de policía, que simplemente era un arriero.

Durante la espera, alguien dijo, en broma, que yo debía ser un cura. La noticia corrió por todo el pueblo, por lo que creían necesario marearme y matarme. Todos querían verme y pedían que me entregasen, para que ellos dieran buena cuenta de mí. Un comunista me aseguró que, a media noche, me fusilaría en un determinado sitio…; pero, dieciocho meses después, buscaría mi amistad, al ser mi compañero en el ejército rojo…

Entre tanta gente y algarabía, yo seguía confiado y sereno, pues contaba con la protección de la Virgen Santísima. ¡Con qué fervor la invocaba y cómo Ella me confortaba en estos difíciles momentos!

Úbeda, 6 de junio de 2013.

 

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