En una obrita de teatro, que el amigo Juan Martínez pretende representar en próxima feria ubetense y en la que yo tengo algún papelillo, se dice que «El tiempo es circunstancial» (lo digo yo)… Y es verdad.
Que la ley física lo afirma también con lo de la relatividad. Y que nuestra experiencia del día a día (o año a año) nos demuestra. Nada más pensar en lo largos que se nos hacen algunos periodos y lo cortos otros, siendo, según medida, los mismos tiempos.
A mí me han hecho retroceder, de golpe, hasta cincuenta años de mi vida. Que ya es retroceder.
En mis paseos solitarios y meditabundos por las callejas ubetenses (y digo meditabundos porque, a pesar del consejo del cura Robustiano, nunca logro dejar de pensar en algo) me pasó lo siguiente.
En mi mismo sentido de la marcha se me emparejó una mujer que arrastraba su carro de la compra. Menuda y discreta. Y con cierto titubeo me interpeló:
—Perdone, ¿usted se juntaba con los niños de la familia de…?
—Sí, cierto.
—Pues yo era la muchacha que les contaba cuentos e historias… Muchas veces lo he visto, pero no me he atrevido a preguntarle.
—Sí, en la casa que convirtieron en pisos…
—La casa grande. En la azotea.
—Pues ya está bien que me reconozca. Eso será que no he cambiado tanto. Usted está muy bien, para el tiempo transcurrido. Por aquí, de los varones, no he visto a nadie, aunque sé que José Luis está por Barcelona…
—Viene a veces, porque tiene aquí a su suegra.
—Sí, se casó con la hija de…
Y seguimos la marcha, yo dándole las gracias por la deferencia.
¡Cincuenta años al menos!
Relativo, circunstancial, el tiempo medido por nuestros cronos, pero sin duda engañoso. Cuando te dicen que por tu cuerpo serrano es que no pasa el tiempo mienten. Sí que pasó el tiempo, lo que pasó en verdad es que tus genes y tu forma de vivir (nada de estiramientos, injertos o demás tecnologías de engaño) te permitieron conservar algo de tus notas identificativas, que te permiten ser quien eras. Escribí, no sé donde, la impresión que me causó ver a un conocidísimo guitarrista tras algunos años de retiro… Su aspecto había cambiado radicalmente a peor; por él, el tiempo no sólo había pasado, se diría que lo había “abrasado”.
Los juegos en aquella casona tristemente derribada, sin duda para allegar fondos a la familia, en su patio tradicional, por sus habitaciones, que asaltábamos (menos mal que el matrimonio, creo más bien que la madre, tenía el sentido común de vedarnos las alcobas) una tribu de mequetrefes expulsados de nuestras tristes viviendas de pobres… Era José Luis quien nos llevaba hasta allí, o a quien íbamos a buscar, porque era compañero de clase (con don Francisco Ocaña, en Safa, y también en la Acción Católica y los primeros campamentos de “El Viejo”). Allí teníamos ¡la primera televisión que vimos! Y la aprovechábamos bien. Todavía recuerdo un programa de Joaquín Soler Serrano que era patrocinado por Gallina Blanca(y se hacía lo que ahora se hace, publicidad en directísimo), los dibujos animados, de los que nunca nos perdíamos Los Picapiedra, los anuncios que cantábamos a voz en grito… Sentados en el suelo delante del televisor.
El piano de pared, que aporreábamos en cuanto desaparecía algún mayor. El agua fresca servida del grifito que tenía su nevera, otro invento que pronto nos llegaría a las casas de los demás, ya más modernizado: el frigorífico (porque su nevera se “alimentaba” de barras de hielo). Como su padre tenía un despacho de apuestas de quinielas, todos los impresos que ya no valían estaba allí almacenados, en la cantina. Pues hasta ahí penetrábamos ¡para liarnos unos canutos con ese papel de calco y quemarlos a modo de cigarrillos! No entiendo cómo todavía estamos vivos.
Cincuenta años como si fuesen cincuenta siglos (por todo lo transcurrido) o cincuenta segundos (en comparación con la enormidad del universo). Pero llenos de contenido, llenos de sensaciones, de sentimientos, de vivencias que ahí estuvieron y que se irán borrando cuando cada protagonista de las mismas desaparezca, si nadie las hace perdurables.
Ahora esta mujer, tirando de su carrito de la compra (fiel al mercado de abastos de toda la vida) camino del barrio del Alcázar, me llevó a este viaje en el tiempo, como en un bucle cuántico. Y me produjo una serie de sensaciones y recuerdos tan almacenados en lo hondo como casi ya olvidados… Ahora que vivimos unos tiempos en los que algunos quieren que vuelvan atrás, no para revivir nada de lo descrito, con su sencillez, sus carencias llevadas con resignación y honradez, sus valores de esfuerzo, sacrificio y frugalidad obligada, sino para implantar el despotismo y la prepotencia de una clase capitalista desposeída de todo sentimiento de fraternidad y de justicia social, que sólo intenta que todos quedemos como aquella criada, con trabajo y sin contrato ni seguridad, sin horario definido, sin derecho a protestar.
Eso es lo único para lo que su tiempo no es circunstancial, sino fijo e inmutable.