Incertidumbres. Semana Santa y rutinas

Semana Santa y primavera. Como en otras celebraciones eclesiásticas, coincidencias no casuales y sí causales. Cambios de estaciones, de ciclos de trabajos, de sensaciones y sentimientos, de anhelos, de vidas. Cambios en la naturaleza de los seres y de las cosas.

Importante para todos los tiempos, este tránsito, que hace que todo se altere o que todo se desee. Las civilizaciones inmemoriales ya lo sabían y lo celebraban: cambios sacralizados con los ritos de sus sacerdotes, con la invocación de sus dioses (los dadores de vida, dejados atrás los de muerte); fecundación en cosechas, animales y personas; vida; alegría.

Semana Santa que oscila tras un calendario lunar, precisamente lunar, el de las antiguas creencias, el que tiene a la diosa luna como referente: diosa madre. Y, bajo este calendario, ajeno a nuestra civilización, se rigen los ritos de la Semana Trágica católica. Paradoja. Al igual que el Ramadán y que la Pascua Judía. Las religiones llamadas “del Libro”; las monoteístas por definición y creencia. Las del mismo tronco del imaginario, del pueblo de la diáspora.

Semana Santa o Semana de Pasión; o la Semana Mayor, según se mire; o, como se mire, según afecte.

Afecta a muchos. Así sigue discurriendo año tras año, pese a que la Historia gira. Las variaciones la mueven o zarandean, pero sigue la efeméride, tras su colocación en el calendario anual. Todos pendientes de esas fechas.

En Úbeda, la Semana Santa siempre tuvo su fuerza, su impronta, su arraigo. Eso es innegable hasta por uno que no es “semanasantero”; o sea, hasta para mí. Ahí está y no va más. Para algunos no va más que ser “semanasantero” (“capillitas”, se les dice en algunas zonas; “putisantos”, con más acierto, acá en Úbeda) es marchamo de calidad “ubetensista”, según afirman. Bueno sea para ellos, si así lo entienden; que, sin embargo, tal concepto no debiera contener exclusión alguna. Los hay que tienen fervor acusado hacia esta manifestación religiosa; hacia esta forma de exteriorizar su sentimiento. De buena fe lo hacen y no molestan ni se molestan contra nadie. Entienden, de ese modo, su sentir y eso les reconforta y les alivia. Bien lo sea.

Para un núcleo fuerte de partidarios de la Semana Santa, ser protagonista de la misma (en una o varias cofradías) les significa poder. Sí, poder, forma de medrar socialmente, un enganche para hacer efectivas sus apetencias, bien sean políticas, empresariales o meramente sociales. Y, si pueden hacer efectivo ese poder siendo dirigentes o mandatarios, mejor. Llevar el báculo presidencial (hermanos mayores, vale) les colma. El sentido que tenga su Cristo, su Virgen (SU, con mayúscula) les es indiferente o lo interpretan de manera bien simplista. La teología, en estos casos, brilla por su ausencia. Religiosidad icónica o emocional. Catequesis para analfabetos (todavía, en estos tiempos).

En Úbeda (y me imagino que en otros lados), montarse la parcelita cofrade ha sido, en estos últimos años, la señal de identidad. De la mano de ciertos núcleos, venidos de otros lugares y alimentados en alguna orden religiosa, se han formado cofradías “a la sevillana”, ajenas totalmente a nuestras formas y costumbres.

No se han preocupado (estos nuevos) de fortalecer lo existente y darle formas y contenidos para su desenvolvimiento. Pedagogía. No. Han ido llenándonos de bandas de chirimías y plumeros, de milicos descafeinados, de brillos y bordados que chillan sus sones más que los tocan, porque en Triana o Sevilla así lo hacen (esperando estoy a que lleguen los moldes malagueños), frente al desgarro sincero y tremendo (y su elegancia primitiva) de las trompetas de silencio y dolor; nos han metido unos adefesios romanos subidos en los tronos, con más pluma que Locomía e incluso caballos o qué sé yo lo que metan más. Y sus Cristos o Vírgenes duplicados, que pueden ser clones, pero con distintos nombres. Ahora sí, que son SUYAS esas nuevas cofradías, apartadas de las tradicionales, pero contaminándolas, porque pocas ya se sustraen a alguna modificación que las vaya asemejando a las venidas.

Una prueba está en la forma de llevar los pasos. Las ruedas, para bien o mal y en tiempos de penurias eran un remedio que se adoptó comúnmente (sólo la Soledad, en su solitario diseño, era quien se mantenía en las esencias de los orígenes). Llegaron los vientos del Oeste y removieron los cimientos. Costaleros, de costal o de vara, frente a los que habían achuchado y todavía achuchan los tronos rodados. Eran buenos tiempos, se ve, para intentarlo y así se hizo en ciertos casos. No soy yo quien les critique la experiencia; sólo que, cuando los tiempos vuelven a no ser favorables, se nota la dificultad de mantenerlos.

Semana Santa que, sin embargo, siempre se nos presenta con sus dudas sobre los fenómenos atmosféricos: que la primavera es cambiante. Siempre, pues, el dilema: salir o no salir en procesión. Mojarse y mojar los tronos y figuras o quedar al refugio del templo. Dejarse llevar por el impulso de los jóvenes enrolados en las bandas (al fin y al cabo eso es lo que ellos quieren) o llorar a lágrima viva el desconsuelo del encierro.

Como la vida, como nosotros, como ahora: incertidumbres.

marianovalcarcel51@gmail.com

Autor: Mariano Valcárcel González

Decir que entré en SAFA Úbeda a los 4 años y salí a los 19 ya es bastante. Que terminé Magisterio en el 70 me identifica con una promoción concreta, así como que pasé también por FP - delineación. Y luego de cabeza al trabajo del que me jubilé en el 2011. Maestro de escuela, sí.

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