Hace unos días escribí esta breve entrada en facebook: «Durán cree inadmisible la amenazade Ada Colau contra los diputados. ¿Los amenazó…? Decirles la verdad, pura cruda y dura, y llamarles la atención sobre su deber de servir los intereses del pueblo (y no de los bancos), ¿eso es amenaza…? ¡Con qué poco se quejan!».
En verdad, es quedarse corto. Ya avancé sobre este tema en artículo pasado. Y también sería quedarse algo ralo. Porque habría tema y argumentos para rato (de todas clases, no digo que no).
Pero lo que en la comisión de Economía del Congreso se informaba y lo que estaba en juego no era cosa baladí. Por supuesto, cosa de más enjundia que discutir si la fiesta de los toros debe ser considerada como bien cultural, que debe ser protegido, por descontado.
Ahí no se está valorando si la afición de unos, por acendrada o secular, debe ser tema de tutela; a los bichos que deben morir ‑pobres‑, ni les va ni les viene; sólo a unas estructuras empresariales o ganaderas y a unos políticos locales que dan pan y toros en contadas ocasiones. En el Congreso, se debe estar valorando algo que afecta a muchísimos españoles, familias enteras, de forma radical, vital.
Así que lo que la señora (o señorita) Ada Colau contrapuso y expuso frente a lo expuesto por el representante de la banca no era ni demagogia (¿es demagogia el tema de los suicidios?), ni alarmismo infundado, ni siquiera seudo‑revolucionario. Eran verdades basadas en hechos reales.
La ILP (Iniciativa Legislativa Popular) que se presentó ‑con más firmas de las necesarias‑ sobre el mismo tema, ya dicen los del PP que la rechazará… No solo serán ellos, no; que los convergentes/secesionistas (¡cómo convergen cuando les interesa!) les seguirán. Ya alzó sus lamentos al viento, Durán ‑chantaje a los diputados‑: «¡Oh, señor, nosotros los representantesde la soberanía popular, denunciados, señalados por el mismo pueblo!, ¿dónde se vio tal?». ¡Hipócritas!
Un señor canadiense, John Ralston Saul ‑al que no creo un mindundi‑, propuso hace bien poco una salida que, de tan lógica y justa, hace hasta daño. Dijo este lúcido señor, más o menos, lo siguiente:
«Si el gobierno repartiese dinero entre los afectados por las hipotecas (o sea, por la banca) y pudiesen así pagar sus deudas, se lograrían varios y positivos efectos, tales como: 1) cobrarían los bancos; 2) las personas no se verían en la calle; 3) se liberaría dinero para uso doméstico, lo que aumentaría el consumo; 4) aumentando el consumo, se relanzaría la economía…».
¿Qué dinero se repartiría? Pues el que ahora se le ha dado graciosamente a la banca, sólo para reflotarla. Con esa inyección, lo logrado es que ésta amortice en plazo breve sus pérdidas (y también sus valores accionariales) y que sigan, con el campo libre, apretando a los deudores y no libren los créditos, tan necesarios. O sea, y como ya expuse hace tiempo, se quedan con el pan, con el perro, con la caseta del perro, con su correa y con su saco de pienso y, si me apuran por quedarse, hasta con las mierdas del perro.
Así que, ¿con qué cara se deben presentar sus señorías ante la opinión pública, cuando voten en contra de la ILP citada? ¿Qué dirán: que lo hacen en nombre de sus votantes, en nombre de los intereses nacionales? ¿O tendrán la valentía de declarar que lo hacen única y exclusivamente por el interés de la banca y sus relaciones personales con la misma…?
La propuesta de John Ralston Saul puede ser matizable; puede que requiera ajustes, canales, condicionantes… es cierto; pero no se diga que es inviable, porque no lo es. Y casos de condonaciones de deudas… los ha habido clamorosos. Y, si tiene ventajas (a mi entender, evidentes), ¿por qué no se la tiene en cuenta? Ahí está la triste (e intuida) real respuesta; la que dio el representante de la banca en la citada comisión: «Todo está bien».
Este es otro peldaño más, en el descenso hasta el fondo, que está sufriendo nuestra sociedad: el actual estado de las cosas, adonde hemos llegado ya en la degradación total de este Estado (de derecho o de torcido, qué más da ya). Y nos quedan otros escalones más que bajar de esa escalera de caracol a los infiernos. Pero eso da para otro tema de reflexión.