El pobre Rajoy y la leyenda del pavo inductivo

22-02-2012.

Válgame Dios, que también es mala suerte. Después de siete años en la oposición, abren la caja y la encuentran triste como un misal y más tiesa que la mojama. Todavía no llevan dos meses en el gobierno y ya están en la calle los indignados, los ecologistas, los izquierdistas unidos, los verdes ‑por fuera y coloraos por dentro‑ y el resto de las fuerzas de progreso detrás de las pancartas, incitando a la «Huelga general». El siguiente paso será pedir la dimisión de Rajoy, apoyándose en uno de los principios más sólidos de la democracia popular: «Las manifestaciones callejeras deslegitiman al Gobierno para gobernar».

Pronto volveremos a escuchar la cantinela «Escuche a la calle señor Rajoy»; y es que en la calle estarán ellos gritando y vociferando con sus pancartas y sus banderas. Veremos en la tele la cara de vinagre del señor Llamazares, flanqueado por Cándido Méndez, tirando de relojería, y al camarada Toxo exigiendo la dimisión del pobre Rajoy que, si pudiera, se iría a ejercer de Registrador a un “puebliño” gallego, adonde no hubiera demasiadas propiedades por registrar.

A Rajoy le falta el proverbial optimismo de Zapatero, a quien, si bien no fue el mejor presidente de Europa, ni siquiera de España, ni posiblemente de la comarca de El Bierzo, hay que reconocerle que a optimista pocos le ganaban. Rajoy es todo lo contrario. Le mira uno a la cara y se le quitan las ganas de salir a la calle. Así no será fácil generar confianza ni recuperar la economía. Podría decir, al menos, como el presidente del Palencia en tarde de infortunio: «La situación es delicada, pero esperanzadora».

Pero el pobre Rajoy no sabe sonreír ni hacer frases bonitas. Se le ve sufrir. Sus discursos recuerdan las legendarias arengas de Antoñete, mítico entrenador del Real Jaén ante la visita del Madrid: «Ganar es difícil, muy difícil, pero no imposible». A uno le entran ganas de echarse a llorar. Alguien debió decirle que «A entrenador nuevo, victoria segura», y se presentó a las elecciones. Pero el dicho no es del todo cierto, como ayer se demostró en El Molinón, con Javier Clemente en el banquillo. No pasaron del empate.

Rajoy debería aprender del desparpajo de Jorge Valdano, quien, además de poeta, es un filósofo metido a entrenador. En una ocasión se descolgó diciendo: «Mourinho es un carisma andante que no se sabe muy bien lo que representa». ¡Toma ya!

Los entrenadores, de la escuela de Valdano, entretienen a la afición con frases maravillosas, mientras el tiempo cura los males del equipo. Hablan en primera persona del plural y uno se queda embelesado: «Hemos encontrado al equipo como un avión derribado en pleno vuelo, pero yo os aseguro que no habrá contratiempo capaz de mitigar la grandeza de este club del que tan orgullosos nos sentimos».

¡Eso son declaraciones! A ver quién es el guapo capaz de hacer la contra.

Los de antes tenían sus cositas, pero en asuntos de labia les daban ciento y raya a los populares. Sabían cómo tranquilizar a la ciudadanía a la espera de que amainara la tormenta. Te sentabas a ver el telediario y escuchabas: «… la realización de las premisas del programa nos obliga a un exhaustivo análisis de las condiciones financieras y administrativas existentes». Y te entraba una tranquilidad… Para estas cosas, donde se pongan los de izquierdas que se quiten los otros. Sabían aplicar a la política la frase de Voltaire: «El arte de la Medicina es entretener al paciente hasta que la Naturaleza lo cure». Te infundían seguridad y te animaban a salir de copas, elevar el consumo y pedir una hipoteca para un chalé y un coche deportivo con lo que sobraba. ¡Qué tiempos aquellos! ¡Sin crisis!

Sin que nadie se enfade, hay que reconocer que a Rajoy le falta desparpajo. Dios, que tan generoso ha sido con él en tantas cosas, le ha negado el don de la gracia sandunguera. ¡Qué le vamos a hacer! Tendrá que acertar con los recortes y las medidas, porque no es verdad que todo lo que baja acabe subiendo. Al revés sí, y que nadie se ría. La economía no sigue el ciclo de las estaciones: tras el invierno no llega necesariamente la primavera y menos el verano. Esperar que suceda mañana lo que ocurrió en el pasado es peligroso. Y aquí quería llegar para contaros la leyenda del pavo “inductivo”:

Vivía el pavo tan contento, observando cada mañana las hermosas pantorrillas de la granjera que venía a darle de comer. De esa larga observación, indujo el pavo que al día siguiente a la misma hora volvería la granjera como siempre a traerle el alimento. Durante mucho tiempo sus predicciones se cumplieron, pero un día, de forma inesperada, se presentó el granjero, le retorció el pescuezo y lo preparó para echarlo a la cazuela. Era Nochebuena.

La oposición debería tener paciencia, pero pedir paciencia a la oposición es mucho pedir: «¡Democracia real… YA!». «Derecho a la vivienda… ¡YA!». No hay pueblo en el que no haya una pintada que diga: «Polideportivo cubierto… ¡Ya!», «Instituto… ¡Ya!». Todo gratis y al instante, que la tolerancia es para cuando llegan al gobierno.

No es malo que la gente tenga aspiraciones. «Incluso los ladrillos normales y corrientes quieren ser algo más» ─decía el famoso arquitecto americano Louis Kahn. Y, volviendo al pavo, muchos querrían salir a la calle, ahora en febrero, con una gran pancarta exigiendo «Navidad… ¡YA!».

Barcelona, 20 de febrero de 2012.

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